Hace más o menos tres años escribí algo en otro lugar diciendo los malos que me parecían Kung Fu Panda y el cine de Dreamworks en general. Hoy tengo que hacer algunas correcciones: las películas de Dreamworks me siguen resultando tan cómodas y chatas como siempre, pero Kung Fu Panda 2, el último producto animado de la empresa fundada por Steven Spielberg, es otra cosa. Si hubiera que trazar una línea entre la primera y la segunda película, podría decirse que la saga de Po realizó un aprendizaje notable, casi al punto de despegarse del esquema común del cine de Dreamworks. Lo primero que salta a la vista (y KFP2 es una película con personajes que saltan sin parar) es la creencia en la historia que se está contando: ya no estamos frente a un remix paródico de lugares comunes de la cultura china más exótica o del cine de artes marciales, ahora tenemos delante un relato fuerte, sustancioso, que se toma en serio (sin perder el humor) a sus criaturas y sus conflictos, que las construye con pinceladas cálidas sin el cinismo habitual de Dreamworks; hay escenas en las que uno puede emocionarse de verdad con lo que pasa entre los personajes, ya se trate de un reencuentro familiar o de una pelea a muerte entre guerreros. A no confundir lo dicho con el sentimentalismo barato del final de Toy Story 3: en KFP2 lo que hay es una exploración de las zonas narrativas que la parodia y la burla simplona de la primera terminaban por opacar. KFP, incluso contando con un personaje genial como Po, estaba demasiado preocupada por hacer reir al público con chistes autoconscientes, casi como si estuviera escapando constantemente de la emoción; en cambio, KFP2 la busca y trabaja como verdadero centro de la historia. Casi a la manera de Disney, KFP2 es acerca de familias quebradas y de la manera en que se puede lidiar con ese dolor. Así se emparenta a Po con el malvado Shen: mediante la pérdida de los padres. Los dos quieren escribir una nueva historia familiar: Shen conquistando China y vengándose de sus padres que lo desterraron, Po siguiendo las pistas de un pasado quebrado hasta rearmar el rompecabezas de su identidad. No es raro que la película de Dreamworks más atípica sea la primera que tiene a un protagonista preocupado por saber quién es en realidad: en KFP2 parecen estarse redefiniendo los intereses morales y estéticos (son lo mismo) de la productora de Spielberg y Tom Hanks, como si la película misma se pensara en relación a los trabajos animados anteriores de Dreamworks e intentara demarcarse, reconstruir un pasado al nivel de la historia a la vez que (y esto es lo más importante) un presente que se proyecta hacia delante, que se dispara en la posible dirección de otras películas futuras, todas nobles, respetuosas de sus criaturas, capaces de generar empatía de manera leal, siempre sin olvidarse de la comedia, verdadera quintaescencia de las películas de Dreamworks. En KFP2 la risa y hasta la carcajada ya no surgen del señalamiento distanciado de la torpeza de Po sino de un pararse junto a él. Nos reímos de sus imperfecciones, sus errores y sus zonceras porque este nuevo Po se parece más a nosotros, porque a pesar de no ser hombre, Po es el panda más humano que el cine jamás haya dado. Ya no nos burlamos de un oso gordo, payaso y que no puede dejar de comer, nos reímos a la par de un personaje que, por su humanidad, ternura y tristeza, se parece a los que estamos del otro lado de la pantalla, que es casi como decir que nos reímos de nosotros mismos al tiempo que, como Po y sus amigos, esquivamos la tristeza un poco a los saltos.