En la legendaria tira Mafalda, no se exactamente en qué serie, recuerdo haber leído un chiste que, quizás un tanto rebuscadamente (como todo en mi, lo confieso), viene muy al caso a la hora de abordar este pequeño análisis de la presente pelìcula. Consistía en lo siguiente: Miguelito y Mafalda estaban mirando la televisión y en esta pasaban una publicidad de un lavarropas. A medida que se mostraban imágenes del funcionamiento del mismo, una voz off las acompañaba y exponía lo siguiente: “tan fácil de manejar que hasta un niño podría usarlo”. Mafalda, en el último de los inmortales cuadraditos de Quino de aquella tira, totalmente indignada, interrogaba con furia al aparato: “¿Para poder decir que las mujeres torpes pueden usar este lavarropas tienen que usarnos a nosotros, los niños?”
Muchas películas de animación o infantiles en general, por lo que vi en reiteradas ocasiones, poseen un defecto común: el problema del inmediato agotamiento temático que ofrece la construcción de un universo argumental, mediante el cual, cuestiones tales como la problemática de la identidad, la constitución del ser y demás, son presentadas pero luego rápidamente ocultadas. En pocas líneas, estoy intentado decir que muchas veces, en películas infantiles, animadas o no, se suele subestimar en gran medida a la mente del niño. Y esto, hoy en día, muchas veces, secuelas y secuelas de por medio, termina de vaciar el poco rastro de contenido que quizás encontrábamos originalmente.
Ahora bien, si en respuesta a esto planteamos, por ejemplo, que es demasiado pedirle a una película infantil el intentar recabar cuestiones complejas, en mi caso particular, respondería que en realidad es todo lo opuesto, ya que este es, a grandes rasgos, la principal exigencia que hay que hacerle a un metraje como este. Es decir, la constitución identitaria, la problemática que rodea el crecimiento del niño, su desenvolvimiento en el ambiente familiar, con todas sus propias disyuntivas a cuestas, su enfrentamiento con un mundo inevitablemente adulto y problemático; o en otras palabras: todos aquellos pivotes fundamentales de la constitución del ser en el niño, en mi opinión, constituyen un basamento que no debería ser dejado de lado por ningún film infantil. Sobre todo en estos tiempos donde abunda el consumo desmedido por el entretenimiento mas chato, que muchas veces atenta contra la imaginación, la inteligencia y la intuición del niño.
Así, dando el ejemplo de lo anterior, tenemos una película como Up (de Pete Docter), que, en mi opinión, es una de las más grandes obras maestras del género (infantil) clásico hollywoodense (sí, a secas); donde cuestiones como la figura del héroe, la redención, el sacrificio, los sueños, la figura paterna, el matrimonio, la aventura, lo utópico, la tolerancia, y muchos otros aspectos existenciales son abordados con suma maestría a través de interesantísimos simbolismos y majestuosas construcciones de montaje. Y, al mismo tiempo, de ninguna manera esto resiente de crear un contenido animado entretenido, divertido, rebosante de ternura, de risas y un largo etcétera. Algo que me gusta decir a veces, es que Up es una suerte de Gran Torino (otra gran película de las clásicas de Eastwood) para chicos. Especial para padres e hijos.
Y en todo esto, Kung Fu Panda II, no se queda atrás. El metraje aborda con dosificaciones justas muchos temas que acompaña con una orquestal coreografía de artes marciales abundantes, proezas, tropiezos y torpezas de nuestro protagonista, que despiertan tanto risa como emociones genuinas. Así, se inserta principalmente en la problemática de la identidad, del destino, del origen y de la constitución del ser. El eterno interrogante “quién soy yo”, las cuestiones reprimidas de los primeros dramas de la existencia, lo edípico (que se acerca un poco a Pasolini ya que “la historia termina donde empieza), son trabajadas en su justa medida desde una perspectiva puramente infantil.
Cuenta la historia del oso Po, torpe guerrero marcial y sus secuaces se encaminan a combatir a un pavo real amenaza con apoderarse de toda la China.
Pero esto es apenas una excusa para mostrar justamente el camino de Po hacia la averiguación de su propio origen, de su pasado oculto, al enterarse de que quién creía que era su padre (el pato o pollo, sinceramente no recuerdo de que animal se trataba) en realidad no lo es, y nuestro protagonista ve alterada su paz interior.
En estos tiempos donde, en nuestros pagos, el interrogante acerca de la identidad es un punto importante de debate, como consecuencia de nuestra propia historia como país, creo oportuno mencionar que realmente es un film recomendado para repensar la realidad desde la mente del niño.