PÁNICO AL ABURRIMIENTO
A esta altura, rescatar cosas como "los coloridos escenarios de la Antigua China" o "el profesionalismo de los animadores a la hora de recrear los movimientos propios de las artes marciales" suena a demasiado poco. Bueno sería que -en pleno boom del cine animado familiar a gran escala (150 millones de dólares de presupuesto)- los fondos fuesen feos o las coreografías de peleas, torpes y mal concebidas ¿Alcanza esos u otros atributos técnicos y visuales como para salvar a esta secuela? Creo que no. Si bien el film aborda algunos temas como la paternidad (la adopción) y les regala a los padres e hijos un cúmulo de buenas intenciones sobre "la búsqueda de la paz interior" o el cuidado del medio ambiente, sentí que KFP2 se hizo con "piloto automático", sabiendo que una digna factura y un bombardeo de marketing alcanzan como para repetir el éxito de la primera entrega.
Allí donde WALL-E demostró que se podía hacer gran cine con largas secuencias sin diálogos y mucha sensibilidad (e ideas originales), la factoría DreamWorks responde con el pánico al aburrimiento: léase, apelar a un ritmo trepidante, a un vértigo permanente (más de tres cuartas partes del film son batallas, gritos, saltos y el resto despliegues histriónicos de Jack Black) como para que nadie tenga demasiado espacio para pensar, sentir. KFP2 será bonita y veloz, pero su apuesta taquicárdica termina generando más confusión que otra cosa (en las antípodas de esa paz interior que pretende reivindicar). Una película que aturde.