La reinvención de los colores
Esta tercera entrega de Kung fu panda cumple con creces con una de las premisas básicas de la animación: es terriblemente creativa visualmente, con un uso de los colores y del movimiento que asombra. Decididamente, la elección -un poco agotada la historia del héroe improbable- es poner toda la energía en el campo visual, pero no con un sentido de preciosismo vacuo, si no como una forma de trasladar el espíritu de los personajes al trazo, la forma y su propia deformación en pantalla, que combina perfectamente con la historia de Po y su autodescubrimiento. De esta manera, el film de Alessandro Carloni y Jennifer Yuh Nelson alcanza una coherencia entre fondo y forma que es poco habitual en un mercado de cine animado mainstream más preocupado por diseñar muñecos que se vendan que por alcanzar algún estímulo artístico (salvamos a Pixar en esta ecuación, está claro). Se podría asegurar sin miedo a exagerar que Kung fu panda 3 reinventa los colores.
Si Dreamworks explotó demasiado rápido la gallina de los huevos de oro que fue Shrek, convirtiendo un origen interesante en una sumatoria barroca y poco feliz de guiños para la platea, con las franquicias de Cómo entrenar a tu dragón y Kung fu panda parecen haber aprendido la lección: el tiempo que pasa entre película y película es el prudencial para madurar el material. Y en esta historia del oso panda karateca se observa con mayor detenimiento la coherente progresión que va haciendo el personaje hacia sus orígenes. El arco dramático que ha recorrido Po va de la autosuperación a la pérdida de los temores, y ahora es turno de descubrir su identidad y su origen: el tema que surge aquí es la paternidad, con la aparición en escena del padre biológico luchando con el adoptivo por hacerse del amor del hijo. Tal vez en el camino la saga pierde un poco de vista a los personajes secundarios, quedando en un segundo plano demasiado lejano y convertidos en un mero comic relief de un solo chiste, pero termina siendo necesario para fortalecer ese nudo dramático que se resuelve aquí con bastante inteligencia, algo que por demás es marca de fábrica de la franquicia.
Hay algunas cosas que Kung fu panda 3 respeta como una manera de pertenecer a una tradición, que es la suya (si algo tiene de bueno, es que no se parece a ninguna otra): lo visual, aquí exuberante, siempre estuvo presente, como la comicidad veloz y feroz que hace recordar al cartoon clásico, tan veloz que a veces el ritmo agota un poco. Y último, pero fundamental, las Kung fu panda son estupendas películas de acción, con secuencias notablemente montadas y villanos interesantísimos y poderosos, que nos generan dudas acerca de la forma en que pueden ser derrotados por nuestro héroe. Lo de las escenas de acción tiene gran relevancia aquí porque el humor de la saga se da a partir del movimiento, y qué mejor que un grupo de personajes involucrados en aventuras espectaculares para potenciar la comicidad. Ya hace rato que estas películas dejaron de ser sobre un gordo que puede ser karateca y, en definitiva, héroe. Lo aleccionador se ha reducido a su mínima expresión (hay una enseñanza sobre lo importante del trabajo en grupo, pero es sutil y ejemplificada en movimiento), y lo que pone la maquinaria a andar son estas aventuras y la solidez de un grupo de personajes que no precisan demasiada presentación.
Seguramente el factor sorpresa ya no funciona tanto y algunos chistes se hacen demasiado repetidos, pero allí donde Kung fu panda 3 amenaza con ponerse un poco rutinaria, apela a la magia del color y la excitación de las figuras en movimiento, una suma de creatividad alucinante que lleva incluso a la película por territorios de experimentación. Es ahí donde la película sube la vara y deja en claro que lo suyo es el puro juego, la inventiva y la sensibilidad nunca sensiblera. Como decíamos, una saga que si bien bebe de obvias referencias, tiene una identidad definida y una personalidad impar.