EL CINE COMO BELLA PREGUNTA
Siempre que he visto películas de José Luis Guerín ha surgido la misma pregunta: ¿cómo demonios filma lo que filma? Después de unos cuantos años, en La academia de las musas me cruzo nuevamente con el cine del realizador catalán y otra vez la experiencia es enriquecedora, aunque difícil de abarcar y definir.
Pero esta dificultad no implica que estemos ante una película “difícil”, “complicada” o “pesada”. No, Guerín sigue fiel a sí mismo y entrega otro relato de tono ligero, juguetón y divertido, y que en base a esa ligereza escapa a definiciones apresuradas o fáciles. El realizador utiliza la cámara como un instrumento vital, que propone una búsqueda casi inagotable, capturando la atención del espectador, proponiéndole nuevas lecturas e interpretaciones en cada nueva secuencia.
En La academia de las musas se habla muchísimo sobre el amor, la poesía, las concepciones del romanticismo, el papel de la mujer en la inspiración, el arte y la docencia, y a pesar de las palabras importantes a las que recurren los personajes, de los diálogos rebuscados, nunca entra en un tono o dinámica pedante. Al contrario, hay una profunda humildad y coherencia en la manera en que Guerín observa a los protagonistas, en cómo les permite decidir sus destinos, aún cuando no queden precisamente bien parados.
Esa libertad se traslada a una puesta en escena donde lo ficcional y lo documental se fusionan, poniéndose en crisis mutuamente, evidenciando el artificio cinematográfico, exponiéndolo, problematizándolo pero también abrazándolo. Guerín ya es un experto en esto, pero por suerte no se regodea en sus capacidades y sigue encontrando pequeños desvíos para renovarse. La academia de las musas es un film que le huye a la pereza, que no se conforma con las respuestas fáciles y que aún en sus pequeños pozos narrativos, muestra a un realizador capaz de crear universos propios, tangibles y apasionantes.