Hastío en Bombay
Una película de juicios que, apartándose de las convenciones del género, pierde toda la potencia que podría haber tenido.
a acusación es una película que viene con la carga de haber ganado dos premios en el Festival de Venecia de 2014 y cuatro en el BAFICI del año pasado, entre ellos Mejor Película y Mejor Actor para Vivek Gomber. Es una película india pero que no tiene nada que ver con las miles que salen de la industria de Bollywood; nada que ver con el melodrama, los números musicales y el colorido. Casi como si Chaitanya Tamhane quisiera apartarse a propósito de ese cine, La acusación no tiene música incidental -aunque, curiosamente, si tiene un número musical, a su modo- y está contada con un naturalismo tan extremo que por momentos parece un documental sobre el sistema judicial indio.
La historia puede parece sencilla pero contiene varias puntas a explotar. Narayan Kamble (Vira Sathidar) es una especie de cantante de protesta y activista social que es acusado de incitar al suicidio a un trabajador. Lo defiende Vinay Vora (Gomber), un abogado especialista en derechos humanos. El engranaje judicial indio los envuelve y las situaciones absurdas se suceden, a la vez que se plantean varios interrogantes referentes al arte, la censura y demás.
La acusación es una película de juicio que le huye a la tensión dramática como si fuera un pecado y elige mostrar los tiempos muertos, detenerse en la vida cotidiana del abogado y de la fiscal, y cortar las escenas varios segundos después que lo usual. Es evidente que Tamhane busca retratar el sistema judicial indio como un engranaje kafkiano, absurdo y el hastío que muy probablemente sienta el espectador no es otra cosa que espejo del hastío de los protagonistas. También está claro que Tamhane desprecia el género “de juicios” y por eso intenta ir más allá, retratando no sólo el sistema judicial sino también el social.
El problema es que el objetivo está tan claro desde el principio (concretamente: desde que el abogado se entrevista con el policía que le informa de los cargos contra su defendido) y la película se aparta tan poco de él, que lo que resta es sentarnos a observar al director llevar a cabo su tarea con el mismo hastío que siente el juez y la fiscal. Es probable que algunos encuentren fascinante ese mundo de juzgados, expedientes y funcionarios públicos; todo es fascinante si lo miramos con curiosidad. Pero al menos lo que a mí me pasó es que me pareció más fascinante la película que no fue, el caso concreto de un poeta acusado de incitación al suicidio. Esa película está, pero Tamhane la cuenta avergonzado de estar contando una historia que pertenece a una película de género.
Los villanos de la película (el juez y la fiscal, digamos) se atienen a la letra dura de la ley y se alejan de la justicia. Tamhane se atiene a la letra dura de su plan y se aleja, así, de lograr una película todo lo interesante que el tema requería. Hay que decir también que la aversión que se nota que siente por los géneros es síntoma de una profunda ignorancia o, para ser más benévolo, de un deseo irracional de despegarse de la peculiar industria de su país.