AFINAR LOS SENTIDOS
Encontrar una película como La afinadora de árboles en la vasta producción nacional que arroja nuestro cine por estos años y que encima, obedezca al parámetro calidad/producto que es lo que menos ahonda por estos días, es un diamante en bruto entre tanto barro comercial.
Natalia Smirnoff no es una novata en la materia y su cine carga con un sello autoral inconmensurable e intimista. Con un estilo delicado, feminista y simple, expone la historia de una exitosa ilustradora de libros infantiles (una Paola Barrientos soberbia, en un papel que parecer ser creado para su persona) que comienza a cuestionarse sus espacios de confort y aburguesados, alejados de creatividad alguna. Aclamada en el ambiente editorial por el público y la prensa, la protagonista comenzará a vislumbrar que esa gloria no se ve trasladada a su círculo íntimo: un ama de llaves de su confianza que no se adapta y la abandona a su suerte en el nuevo hogar de campo del pueblito donde el personaje de Barrientos atravesó su infancia; una hija preadolescente en pleno desarrollo; un niño desmotivado hasta en sus hábitos alimenticios; una editorial que presiona en plazos y estilismo; y un marido abogado que funciona más como un excelente socio que como un hombre romántico capaz de despertar pasiones. A todo eso se suma la aparición de un antiguo amor de adolescencia que pone en jaque su realidad actual. Son todas las aristas a sortear en medio de una crisis de artista/mujer de edad adulta joven.
La afinadora de árboles, con su título tan sofisticado y que sabe hacer bandera de tal porte, es un drama que busca conectar con el espectador desde la honestidad y el sentimiento de una forma desestructurada, sin tanta moralidad o carácter solemne. Solo una historia que fluye por impulsos y señales, como los que también atraviesa su protagonista en pos de conectar con sus verdaderos lectores -que parecía haber perdido- a través de la experimentación de otros caminos posibles. Un público infantil que le pide ser auténtica con ellos, lejos de tanta postura acartonada de editoriales manejadas por adultos fríos y distantes de toda calidez ingeniosa y sana que ofrecen los niños. Algo aparentemente tácito que, sin embargo, en un pasaje queda más explícito cuando la hija de la ilustradora acusa de tamaña falsedad a su madre como profesional que no se juega por lo que pregona.
Smirnoff nos hace “vivir” toda esa aventura y el desafío a los convencionalismos a través de su musa principal con recursos sonoros naturales y oníricos que conectan directamente con nuestros sentidos. A la vez, presenta recursos narrativos de un potente carácter visual, con vínculo directo a ese juego de animación plana que traspasa la mente de la ilustradora para volverlo algo palpable, algo de extrema ternura simplista. Algo para compartir y hacer cómplice al espectador intimista, una intervención fotográfica plausible.
Esta activación a los sentidos de una forma armoniosa y para nada brusca explora en el orden de lo espiritual al vivir experiencias y contextos diferentes pocos frecuentados por el personaje principal. Una conexión sincera y olvidada, como cuando la protagonista vuelve a la casa de quien fue su segunda mamá o sortea los prejuicios de ayudar en un comedor de niños carenciados de una Iglesia, quienes le regalan más de lo que ella les ofrece.
Por todo esto, La afinadora de árboles es de esas pequeñas joyitas que tanto se agradecen y que pasan injustamente desapercibidas a lo largo del año ante tanta oferta de tanques internacionales o algunos desaciertos locales promocionados solo por algún actor en boga. Un film sencillo y directo que refresca el alma y los sentidos.