La Afinadora de Árboles: una propuesta críptica que encuentra con dificultad su camino.
La rutina puede ser una prisión; el reconocerla y salir de ella puede ser una tarea ardua. La mayoría de las películas indagan en la segunda etapa, pero podemos decir que La Afinadora de Árboles le da una mirada profunda, de una búsqueda, a la primera. Ese reconocimiento de las rutinas que nos impiden discernir entre aquellas que necesitamos y aquellas que nos detienen, que nos frustran.
Perderse para encontrarse
El viaje de la protagonista (Paola Barrientos) es una huida de los mandatos comerciales y hacia otro paisaje como representación para salir de la rutina. Salir de la típica rutina laboral. Salir de la típica rutina alimenticia. Salir de la típica rutina amorosa.
Sin embargo, no es una salida de la rutina que apunta a algo definitivo, sino a un necesario cambio de aire para que el cuerpo pueda pensar con otra claridad: la de su propia mente y no tanto el mandato de otros. Este arco de cambio es accionado por su antiguo novio, en un romance que más que apuntar a una consumación es el medio para un fin: el de ser agente de ese cambio. De esa separación de la rutina.
Los árboles en este film son como una suerte de pulmón, pero no en el sentido universal. Son, en cierto modo, los de la protagonista. Lo que se está afinando es ella misma, que no estaba en sintonía, sino desafinada por obvio que suene. La Afinadora de Árboles, aunque críptica y cansina en su recorrido, es el camino hacia cómo recupera el ritmo y el tono.
El libro en el que está trabajando es una tarea sufrida, no pocas veces víctima de cambios procrastinados. Mientras que la propuesta de los chicos del comedor la entusiasma, la hace propia, y este entusiasmo, ese alejamiento absoluto de los mandatos, permite que la protagonista pueda respirar otra vez.
En contraste, cuando ella está en el gran evento literario, se la percibe incómoda como si no quisiera estar ahí a pesar de tratarse de su ambiente. No por nada la primera escena de la película es la protagonista encerrada en un baño, encuadrada de una manera prácticamente claustrofóbica; y cuando entra su marido, si bien lo hace con palabras conciliadoras, el espectador puede percibir que esa presencia -por calma que sea su intención- no hace más que volver al encuadre aun más claustrofóbico, contribuyendo a que nos adentremos en su estado mental.
Si bien el tono hay que buscarlo para entenderlo, el ritmo es por otro lado más desafiante y lo que le puede jugar más en contra. Es una propuesta contemplativa, introspectiva, y puede ser tan interna que llega a volverse indescifrable. Todo esto partiendo de intenciones claramente nobles como las de mantener al espectador involucrado con las sensaciones de la protagonista: que este no sea pasivo, que utilice a la mente como un nexo entre la película y sus sentimientos. Una intención de dudosos logros, pero de incuestionables nobles intenciones.