MILAGROS ESPERADOS
Un resplandor y una supuesta revelación. Una joven testigo llamada Anne dice haber visto a la Virgen María. La evidencia es un trozo de tela ensangrentado. Esto ya es suficiente para que los fieles acudan al lugar y se multipliquen a la velocidad de la luz, es decir, para que se monte el circo y la chica se transforme en una versión sagrada de estrella de rock. El caso es tomado por un reportero de guerra, luego de una experiencia traumática (la muerte de su compañero de trabajo en un atentado en Medio Oriente), a quien contratan desde Roma para investigar acerca de la veracidad de los hechos. Como en el mundo del director Giannoli todo se da rápidamente, el tipo no se termina de recuperar de los efectos de la bomba en el oído que ya está aceptando la encomienda del Vaticano (con los gastos pagos, obviamente). Por ende, toda la película nos hace esperar por la otra revelación, la de la intriga policial.
El problema principal de La aparición es su relajado academicismo, una sucesión de encuadres prolijos acompañados de música exquisita que parecen garantizar la tranquilidad de los espectadores. No se puede culpar al director y guionista por esto, pero sí destacar que esa carencia de nervio desdibuja un potencial de ambigüedad en torno a la protagonista y a las dudas que se instalan. Cada uno de las escenas transcurren como si estuvieran pintados en cartón y cuya mirada no requiere más que recorrer una colorida y bien fotografiada superficie plana. Semejante idea de “belleza” se corresponde con una considerable cantidad de películas que apuntan más de lo mismo. El supuesto gancho aquí es la combinación de lo religioso con el thriller y el resultado está un poco por encima de engendros como El código Da Vinci.
Dividida en capítulos, cada uno de ellos se supone como la pieza que va sumándose a un rompecabezas que no exige demasiada atención, o al menos evidencia una pereza proporcional a la puesta en escena, chata por donde se la mire y afectada emocionalmente por la música elegida. Apenas asoman algunos desplazamientos de cámara en medio de procesiones que dignifican la presencia aparentemente sobrenatural de la joven Anne, extraviada con su mirada entre los seguidores. O aquel pasaje donde la interrogan y la cámara no suelta su rostro, evadiendo la lógica del plano/contraplano. Sin embargo, a Giannoli le importan más los condimentos narrativos que las resoluciones formales. El tema es que la ambición le juega una mala pasada al querer fusionar dos historias, mecanismo forzado y, tal vez, innecesario.
Por último, está el carácter rancio de ciertos temas que, sin reelaboraciones creativas, caen en un embudo de repeticiones. La supuesta falta de certeza ante la fe, la oposición de la razón frente a la religión y otras yerbas, corren aquí como agua bajo el puente, sin vena ni profundidad durante dos horas y media, un tiempo excesivo si se quiere para mirar algunas buenas postales bellamente fotografiadas por Eric Gautier a ritmo cansino, directamente proporcional a la inexpresiva actuación de Vincent Lindon en esta fallida historia de redención.