El francés Xavier Giannoli es de esos realizadores que no aspiran a la condición de autor ni mucho menos. Pero tampoco es de esos mercachifles que con tal de pagar el puchero son capaces de filmar cualquier cosa de cualquier manera. Responsable de media docena de films desde la primera mitad de la década pasada en adelante, en Argentina se estrenaron El cantante (2005), donde Dépardieu estaba bárbaro haciendo de cantante melódico grasa y decadente (pero ni él ni Giannoli condescendían a la más mínima burla hacia el personaje) y Marguerite (2015), que era algo muy parecido, pero trasladado a la ópera y a la alta alcurnia de principios de siglo XX. El protagónico estaba inspirado en Florence Foster Jenkins, la pésima cantante que poco más tarde encarnaría Meryl Streep en Florence (2016). ¿Giannoli especialista en cine musical y en cantantes? Para nada. Se trata de una casualidad. La única especialidad de Monsieur Giannoli parece ser filmar con prolijidad historias variadas, poniendo el acento sobre personajes a los que invariablemente trata con respeto. No es poca cosa en tiempos en los que las criaturas cinematográficas suelen no ser más que meras marionetas, cuya función es la de vehiculizar unos rígidos transportes llamados tramas.
En tren de buscarle alguna temática que lo identifique a pesar de todo, Giannoli tiene un par de películas (À l’ Origine, 2009, y la mencionada El cantante) que giran alrededor del tema de la redención. Y algunos de sus personajes tienen cierta cualidad naïf, una inocencia casi infantil, como sucede con el cantante de la película homónima y la mencionada Margueritte, que de tan ingenua ni se cuestiona si canta bien o mal. Ambas cuestiones resurgen en La aparición, que hace foco sobre el caso de una presunta aparición mística en una zona alejada de la campiña francesa. Una adolescente llamada Anne dice haber visto a la Virgen María, y la prueba sería un trozo de tela ensangrentado con las lágrimas de la madre de Cristo. Alrededor de la muchacha se ha generado un culto, con participación de gente del pueblo y de peregrinos, y un sacerdote actúa como protector de la elegida, o acaso como su explotador.
Alertado por la repercusión del episodio, el Vaticano toma cartas en el asunto y para ello convoca a Jacques Mayano, periodista de investigación que viene de perder a un querido amigo fotógrafo en un país de Medio Oriente (Vincent Lindon, conocido por Vendredi Soir, Algunas horas de primavera y El precio de un hombre, entre otras). Sin que se comprenda muy bien por qué acepta el peculiar encargo, Mayano participará junto a miembros del clero de una serie de interrogatorios cuasi policiales, que buscan determinar si el milagro es auténtico o es puro fraude. Como es común en toda historia que focaliza en hechos fantásticos o (presuntamente) sobrenaturales, el protagonista (Mayano, en este caso) funciona como alter ego del espectador. Esto es: como un ser terrenal, alejado de toda práctica religiosa y fundamentalmente escéptico, a fines de poder convertirse en nuestro emisario en la trama. Se trata de ver si el episodio que investiga logra convertirlo o si, por el contrario, ratifica lo que él y nosotros sospechamos: que todo es un timo.
Escrito por Giannoli junto al experimentadísimo Jacques Fieschi (firmó los de Un corazón en invierno, Place Vendome, Los destinos dentimentales y El adversario, entre muchos otros), el guion de La aparición recurre al viejo truco de los dos finales, jugando con una posibilidad pero rematando con la otra. Y no se puede decir más, a riesgo de spoiler. La primera parte de La Aparición tiene como eje la investigación de Mayano y como centro de atención el personaje de Anne, todo un enigma que el periodista escruta en detalle con intención de develarlo. Hay una zona central en la que Mayano y la chica se aproximan ambiguamente y un tercer acto que, en pos de generar un misterio de thriller, juega un par de cartas tan confusas como tiradas de los pelos, que terminan rematando las cosas en un país árabe.
La aparición no funciona en ninguno de sus tableros. La figura de la chica, que es central, se mantiene opaca, tanto por la actuación de Gallatéa Bellugi como por la incapacidad de Giannoli para penetrar en Anne y el círculo que la rodea. Tampoco se investiga el fenómeno generado por la presunta aparición y su explotación mediática (todo un clásico en esta clase de historias, desde La Dolce Vita en adelante), que insinúa ser abordado en un par de escenas, aunque esto no ocurre. Lo que se sabe del protagonista es que se halla en estado de duelo por la trágica muerte de su amigo, que no muestra demasiado interés por su esposa e hijos y que parecería algo desestabilizado por el fenómeno que está investigando. El problema es que Lindon, un actor que actúa más con el cuerpo y el músculo que con el rostro, expresa muy poco de la interioridad de Mayano.
Parco como de costumbre, dueño de una voz cavernosa, paseando de una punta a otra de la película un rostro apesadumbrado y moviéndose en ralenti, Lindon, que es muy bueno cuando funciona como olla a presión siempre tapada, aquí amenaza con sumir al espectador en un sopor irremediable. La película en su conjunto, tan poco esmerada por buscar una verdad que se predica como tema pero no se juega en la puesta en escena, hace que sus de por sí larguísimas dos horas y media se sientan como cinco.