La cadena nacional da más miedo
Con La Aparición la productora Dark Castle Entertainment ha tocado fondo. El sello fundado por Joel Silver junto a Robert Zemeckis y Gilbert Adler a fines de los noventa intentó recrear algunos clásicos del cine de terror de las décadas del 50 y 60 aggiornándolos para el público joven de hoy. Casi 15 años después podemos afirmar que el trío ha fracasado. De su producción sólo se salvan los dos primeros filmes del catalán Jaume Collet-Serra (La Casa de Cera y La Huérfana) y uno ajeno al registro que abrazaran con tanto entusiasmo: el drama criminal RocknRolla, del hiperquinético Guy Ritchie. Todos los demás oscilan entre la mediocridad (Prueba de fe, En compañía del miedo, Terror en la Antártida, etc.) y una insulsa corrección en el mejor de los casos (La Casa en la Montaña embrujada). La Aparición acaba de reconfigurar la categoría de “película mala” para desdicha de quienes, engañados por el trailer o tal vez mal informados, vayan despreocupadamente a verla. No estamos hablando solamente de una deplorable obra del género sino y, fundamentalmente, de una de las películas más lamentables que se hayan estrenado jamás en una sala comercial. Y esto no es un aserto temerario e irreflexivo: la ópera prima del impresentable Todd Lincoln supera la peor pesadilla del más conformista de los espectadores.
Que un guión hueco y directamente estúpido como el que escribió Lincoln sea aprobado por alguien (llámese un ejecutivo de la Warner o alguno de los experimentadísimos productores de la Dark Castle) ya es algo incomprensible para cualquier mortal. Si tenemos en cuenta que La Aparición dura 82 minutos y que si le eliminamos los créditos (increíbles esos inserts que metió Lincoln sin ton ni son… ¡madre mía!) apenas si araña los 75, ya podemos hacernos una idea de lo poco y mal desarrollado que está el asunto. Porque el éxito artístico de un emprendimiento de estas características no depende nada más de una idea argumental original (ya está todo inventado y contado un millón de veces), que aquí obviamente no se observa, sino de un tratamiento audiovisual y narrativo inteligente, que proponga un entretenimiento sagaz haciendo participar activamente al público. Y, por tratarse de un exponente del género, capaz de generar desasosiego e instancias de tensión a través de su puesta en escena. Lo único que le transmite La Aparición a la platea es un profundo aburrimiento y una creciente indignación al percatarnos de la ineptitud de un producto que no aprobaría ni siquiera como un directo a DVD.
La Aparición es una historia que atrasa. Cuando los europeos continúan con su saludable búsqueda de nuevos rumbos a través de realizadores como Pascal Laugier (Martyrs) que desafían la imaginación de los fieles seguidores del terror cinematográfico, la producción estadounidense retrocede casi una década y media para reeditar a su manera la corriente del J-Horror (¿recuerdan Ringu, Dark Water o Kairo?). Otra vez los espíritus, otra vez los fantasmitas (peludos o pelados) volviendo locos a los personajes y exasperando a propios y extraños con su reiterativa batería de efectos a esta altura ya hiper gastados. Para empeorar aún más las cosas a partir del estreno de El proyecto Blair Witch (1999) se instauró en Hollywood el recurso del falso documental que con la excusa del found footage concatenó una cierta cantidad de filmes rodados cámara en mano, con muy poco presupuesto y, lo que es peor, nada de ingenio para explotarlos con un criterio mínimo.
La trama, que de alguna manera hay que denominar lo que se proyecta, arranca justamente como si estuviéramos en presencia de otro mockumentary a lo Actividad Paranormal (que es una obra maestra y parece dirigida por Spielberg en comparación). En ese prólogo ambientado en 1973 nos muestran -con una torpeza equiparable a la de un estudiante de cine de primer año... o peor- un experimento parapsicológico que atrae a una entidad del más allá (sea esto lo que sea). Corte abrupto y estamos en tiempo presente con un grupo de científicos (?) liderados por Patrick (Tom Felton, el Draco de la saga de Harry Potter) intentando repetir la experiencia pero esta vez canalizando la energía con toda clase de equipos de última generación. Algo sale mal y tras una elipsis la acción se concentra en uno de los miembros del equipo, el galancete Ben (Sebastian Stan), que se muda a una casa de los suburbios junto a su novia estudiante de veterinaria, Kelly (Ashley Greene, vista en la saga Crepúsculo). En esta amplia residencia generosa en confort, la pareja empieza a vivenciar diversos fenómenos paranormales que son presentados con un grado de amenaza inexistente. Tampoco hay una elaboración razonable en el armado de las escenas: ¡a Todd Lincoln ni siquiera se le ocurrió utilizar golpes de efectos para darle un poco de vida a su mustia película! El sobresalto violento generado mediante la mezcla de sonido y música es reprobable en el género porque brota de forma antinatural. Es un sistema 100% artificial de crear una emoción. Lincoln es tan poco idóneo para este trabajo que ignora el método. No lo sabe hacer por izquierda y tampoco por derecha. Zemeckis debería sentarlo en un banco y enseñarle las bondades de un elemento clave que ningún realizador debería desconocer si pretende que lo sigan contratando: responde al nombre de curva dramática y si no tenés una noción de cómo emplearla terminás entregando un papelón como este simulacro de película de terror. La Aparición da miedo, sí, pero por los motivos equivocados…