El título Una dama en París, no muy diferente del original salvo por la diferencia clave de “Estoniana” a “Dama”, y el nombre de Jeanne Moreau grande en el afiche, nos da la idea de cruzarnos con una gran diva, de años pasados, caminando por la Ciudad de la luces haciendo uso de glamour. Nada de eso hay en este cuarto film de Ilmar Raag, primero en estrenarse en nuestro país; principalmente porque la Dama/Estoniana a la que se hace referencia no es Jeanne Moreau, sino la más desconocida Laine Mägi; y también porque estamos frente a un trabajo que focaliza más en los interiores, los espacios cerrados.
Mägi es Anne, una estoniana, acompañante terapeútica que abandonó todo para dedicarse a su cuidar a su madre con un grado de Alzheimer avanzado. Cuando esta fallece, a regañadientes o no, acepta un trabajo que la llevará a París, para cuidar de una mujer anciana que entre otras cosas, recientemente intentó suicidarse, Frida (sí, Jeanne Moreau).
Si vieron aunque sea un drama de estas premisas sabrán qué es lo que sigue sin demasiados sobresaltos. Frida es una mujer difícil, que sabe que no le queda mucho tuempo lo cuakl la hace aún más irritante, y a la que le gusta que se respeten ciertas reglas; reglas con las que Anne chocará una por una. Hay un tercer personaje de menor importancia, Stephane (Patrick Pineau), un tutor del que Frida está enamorada y por el cual no es correspondida; será este hombre el encargado de “enseñarle” todo el “protocolo” a Anne.
Si bien Frida provino de Estonia también, constantemente muestra rechazo hacia Anne y otros inmigrantes; y así la tensión crece y las diferencias entre ambas se remarcan, hasta lo obviamente esperado.
Raag, también oriundo de Estonia, filma un relato de soledades que se encuentran, de objetos que por detalle dicen más de lo que parece, y de diálogos o silencios interpretativos.
El manejo de la cámara también parece jugar en estos sentidos, varias veces deja al personaje en cuestión hablando solo mientras se focaliza en algún detalle de fondo, o directamente en el rostro del interlocutor.
Moreau sigue mostrando grandeza aún en un rol apagado como el que aquí se le exije, sigue siendo lo mejor de la propuesta. Laine Mägi también hace uso de buenos recursos interpretativos para captar la atención por sobre o a la par de la diva.
Una dama en París es un film prototípico, no hay novedades, pero tampoco decepciones, sí es de extrañar cierta frialdad en este tipo de películas que suelen ser más cálidas. Quizás con un poco más de riesgo y variación de molde los resultados serían algo más llamativos.