Hablada en alemán y francés, esta segunda película dirigida por una actriz, la alemana Ina Weisse, tiene frente a cámara a una intérprete fantástica, Nina Hoss, como una rigurosa profesora de música. El link con La profesora de piano de Haneke viene a la cabeza enseguida (así como buena parte de “la bibliografía” sobre el vínculo maestra alumno). Pero, aunque también aquí se explora la capacidad de crueldad, la culpa y la ausencia de perdón, la densidad se compensa con un relato atrapante. Una exploración acabada de la psicología de sus pocos personajes o, más bien, la crónica de una mujer en el pico de su neurosis.
Hoss, que ganó como mejor actriz en San Sebastián por este trabajo, es Anna. Enseña violín en una academia rigurosa y se encapricha con Alexander, un chico tímido, al que le falta técnica, pero por el que decide apostar. De a poco, mientras Anna va y viene a paso rápido, de casa al trabajo, con la misma bufanda al cuello y el mismo sobretodo, iremos descubriendo cuánto de esa apuesta es depósito de sus propias frustraciones y anhelos.
En casa está su hijo Jonas, que se niega a tocar el violín para ella, y un marido luthier que la contiene con paciencia y todavía algo de amor. Fuera de casa, un amante, también músico, cuya presencia parece despertar en Anna tanta pasión como inquietud y desorden. Y aunque la sutileza narrativa se pierda un poco hacia el último acto, la potencia de este espectáculo, el de una mujer en crisis, bordeando los límites del control, es contundente y digna de verse. La puesta, rigurosa como el universo de la academia musical, y la fotografía, con iluminación tenue, atenta a los detalles sin invadir a los personajes, acompaña con virtuosismo.
Hay algo en la composición de Hoss de esta mujer madura, a veces misteriosa y otras tantas repelente, que produce una tensión, una irritación similar a la de los agudos de un violín. Que repite, y repite, y repite las mismas notas, hasta que salga perfecto.