El director de La vida de Jesús, La humanidad, Flandres, Entre la fe y la pasión, Fuera de Satán y Camille Claudel 1915 contó con un elenco que combinó grandes figuras con no actores para una nueva incursión en el universo de la comedia absurda en la línea de la genial miniserie P’tit Quinquin. Conflictos y humor (físico y verbal) en muchos casos extremos y no aptos para todas las sensibilidades, pero que ratifican el talento, la inventiva y la permanente apuesta por el riesgo del cineasta francés.
Tan difícil de describir como lo será para algunos de interpretar, La bahía, de Bruno Dumont, continua la línea cómica de su filmografía inaugurada con la miniserie P’tit Quinquin, pero llevando aún más lejos sus experimentos, ya que esta vez cuenta con un trio protagónico de intérpretes famosos como Fabrice Luchini, Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi. Es claro que no es lo mismo cuando este tipo de figuras técnicamente preparadas para hacer todo tipo de personajes juega a la comedia absurda y pasada de rosca que cuando lo hacen los “actores naturales” del cine de Dumont, por lo que la experiencia es diferente. Pero no del todo, ya que esos actores también están presentes, haciendo que el riesgo en cierta parte pase por la combinación de ambos mundos, ambas formas.
La película tiene el formato y el tono de un comic europeo (belga, hasta podría decirse) con sus personajes excesivos, su época imprecisa y situaciones ligadas a una investigación policial por lo pronto bastante ridícula. Como en P’tit Quinquin, aquí hay una absurda dupla de agentes a lo Laurel & Hardy que investiga casos de desapariciones de personas de buena posición económica que llegan a la llamada “Slack Bay” a pasar unos días de vacaciones. El jefe de la policía es tan obeso que a la playa baja, directamente, rodando. Y no encuentra una pista aunque la tenga, literalmente, frente a sus narices.
Dos familias son las que protagonizan el relato. Por un lado, la que integran Tedeschi, Luchini y tres chicas que viven en una casa lujosa de extraña y atemporal arquitectura. Vanidosos, ridículos, caracterizados hasta lo grotesco (especialmente Luchini que actúa casi como si estuviera en un dibujo animado), descansan y pasean maravillados por ese lugar que, viéndolo desde nuestros ojos, no parece demasiado interesante. Un poco más tarde llega la hermana de él, encarnada por Binoche, que trae sus propios conflictos con su hija (a la que llama “hijo” y viste de varón, aunque no se sabe del todo que es lo que ella quiere al respecto), sus miedos a las desapariciones y otros secretos que luego se revelaran.
La otra familia es una de pescadores que, además, se dedica a ayudar a los ricos a cruzar el rio que atraviesa el pueblo, cosa que hacen de una manera bastante peculiar y graciosa. Padre e hijo son el centro de este grupo (Ma Loute, “mi querido” en slang del norte francés, es el nombre del adolescente) que integra también la madre y tres revoltosos pequeños. Pero la familia tiene otro trabajito, uno que –pronto se revelara—está ligado a esa consistente y misteriosa desaparición de personas.
La trama en sentido estricto es lo de menos. A lo largo de las un tanto excesivas dos horas lo que prima es el absurdo, un humor que juega menos al chiste y más al delirio casi surreal al punto de llegar a una violencia puramente grotesca, casi de comedia de horror. La gracia –en más de un sentido— que la película cause en el espectador tendrá que ver, principalmente, con si es capaz de aceptar el tono ampuloso hasta lo imposible de las actuaciones (en especial del elenco más profesional), la curiosa mezcla de registros y los momentos de decidido “vale todo” que propone Dumont.
Pero lo que mantiene a la película en un territorio más reconocible es la relación que se va estableciendo entre Ma Loute y el chico/chica de la familia rica, que se reconocen entre sí como un poco afuera de sus sistemas familiares y clases. Estos dos “marginales”, por distintos motivos, encuentran una conexión entre ellos que, como en varias películas del realizador de Camille Claudel, permiten que exista una línea emocional un tanto más directa hacia el espectador.
Así, entre personajes que vuelan, comidas un tanto indigestas, policías despistados, barcos perdidos en el mar y otras sorpresas que ya verán se desarrolla La bahía, una película con forma de comic en vivo, cuyo estilo hace recordar por momentos al de la dupla belga Kervern/Delepine o al humor de sketches absurdos de Monty Python, y que debajo de todo disparate deja entrever una mirada acida y critica sobre el universo social que retrata.