Jorobados, andróginos, obesos
Bruno Dumont continúa explorando el tono de comedia con La bahía, una original y fascinante historia con personajes caricaturescos.
El adjetivo “controversial” es el que inevitablemente se les endilga a las películas del francés Bruno Dumont, sobre todo desde aquel inolvidable Festival de Cannes de 1999 en el que su segundo film, La humanidad, ganó el Premio Especial del Jurado y sus dos protagonistas la Palma de Oro. Pero esa seriedad seca, violenta y hasta perversa, ahora Dumont la cambió por un humor absurdo y extraño. Mejor dicho: la sequedad, violencia y perversidad ahora no son serias, sino humorísticas. El cóctel es único.
En rigor de verdad, este cambio de tono empezó hace dos años cuando estrenó la miniserie P'tit Quinquin en la Quincena de los Realizadores de Cannes y el éxito de crítica lo llevó a perseverar en esa dirección con La bahía, que se vio en Cannes este año y ya no fue tan bien recibida como aquella. Es, sin embargo, una película original, divertida e inquietante.
Igual que en P'tit Quinquin (y también como en La humanidad), el relativo punto de partida es un caso policial: en los alrededores de una bahía en la zona de Calais están desapareciendo personas. Allí van dos policías extremadamente torpes y ridículos: el obeso Machin (Didier Després) y su ayudante Malfoy (Cyril Rigaux), una pareja al estilo de Laurel y Hardy. Por ahí viven dos familias: una rica y otra pobre. Para resumirlo: los ricos son idiotas y los pobres, animales siniestros.
Los ricos son los Van Peteghem. El patriarca es André (Fabrice Luchini), su mujer Isabelle (Valeria Bruni Tedeschi) y su hermana Aude (Juliette Binoche). Los tres actores prestigiosos echan mano a la sobreactuación más escandalosa para construir personajes totalmente caricaturescos: desde la joroba de Luchini hasta el estilo híperdramático de Binoche. Los pobres son los Brufort. El padre (Thierry Lavieville) y el hijo mayor, el Ma Loute del título (Brandon Lavieville) son pescadores que también trabajan ayudando a cruzar un canal a los ricos (no lo hacen en bote sino en brazos).
Tanto los pobres como los ricos tienen secretos siniestros que se van develando con el correr de los minutos (y que conviene no contar, pero son siniestros de verdad) pero a medida que la película se vuelve más oscura, también se vuelve más cómica. Es un movimiento interesante y único. Si a uno le hubieran dicho hace cinco años que Bruno Dumont dirigiría comedias, primero habríamos dicho “eso es imposible”, pero después habríamos imaginado -de haber sido capaces de hacerlo- exactamente una película como esta.
La historia se vuelve cada vez más disparatada y la trama deja de importar. Nos abandonamos a la comedia por momentos hasta física, sobre todo en el caso del policía obeso que interpreta Després. Pero entre todo el grotesco hay un destello de romanticismo cuando traban relación Ma Loute y la hija de Aude, Billie. Conviene detenerse en este punto. Billie está interpretada por Raph (ese es su seudónimo), una actriz debutante con una apariencia andrógina que se niega a revelar su verdadero nombre (¿es hombre, mujer o trans?). Es un hallazgo impresionante de Dumont (aparentemente la encontró por Facebook) e interpreta a una Billie que también tiene una ambigüedad sexual fascinante: por momentos está vestida de hombre, por momentos de mujer, algunos se refieren a ella con pronombres femeninos, otros con masculinos. Y su relación amorosa con Ma Loute desafía las convenciones socioeconómicas y también sexuales (algunas serán más difíciles de vencer que otras). En esta subtrama la película cobra espesura y Dumont, como si respetara demasiado el conflicto, le baja la intensidad al humor.
La bahía es una película extraña y fascinante, para reír a carcajadas por momentos y para abrir los ojos muy grandes por otros. Siempre llevados de las narices por la originalidad y el genio de Bruno Dumont, uno de los tipos más creativos y arriesgados del cine francés contemporáneo.