La nueva película de ese talentoso director llamado Bruno Dumont (Hadewitch, La vida de Jesús, Hors Satan) es un prodigio de inventiva y puesta en escena. En clave casi operística, La Bahía maneja a un grupo de personajes disímiles y parlanchines, unos burgueses que disfrutan de las vistas desde su casona imitación egipcia, la gente del lugar que está para servirlos -desde cruzarlos sobre el agua, a upa, hasta servirles la comida tal y como quieren que sea preparada- y un par de policías de a lo Laurel y Hardy, el gordo tan gordo que para bajar las dunas, rueda. Están investigando, con la más improbable de las idoneidades, una serie de desapariciones.
Dumont apuesta a la comedia absurda y totalmente desbordada, con grandes estrellas (Valeria Bruni Tedeschi, Juliette Binoche, Fabrice Luchini) que atraviesan el cuadro con el cuerpo torcido, estallados en gestos, y, como en varios de sus otros films, actores no profesionales. Jugadísimo.
Habrá en el centro una historia de amor, excéntrica como todo, y la omnipresencia de esa bahía abierta, pródiga en mejillones y otras sorpresas, como escenario a la vez natural y fantástico. Se ha linkeado La Bahía con el dibujo animado, con el mudo (aunque acá se grita mucho) o con el cine de Monty Phyton. Lo cierto es que es tan rico el fresco que Dumont pinta con sus imágenes, que se disparan referencias, del cine o no, en la cabeza del espectador. Es cierto también que La Bahía dura demasiado, y así su chiste se desgasta un poco. Pero vale la pena asomarse a este brillante y originalísimo film, que desconcertará a los que tienen a Dumont por sus películas más serias pero lo confirma como un director osado a tener bien en cuenta.