Habría que preguntarse, a esta altura de la tecnología, cuál es el mérito de un actor maquillado con píxeles. No hablamos de los personajes ostensiblemente falsos (los Na'vi de Avatar, o el brillante Gollum de El Señor de los Anillos) sino cuando el filtro masivo de imagen tiende a contarnos una historia “realista” (o algo así) como en La Ballena, la historia de un tipo (profesor, él) totalmente obeso que busca recuperar algún contacto con el mundo. Los que siempre creímos que Brendan Fraser era un gran comediante nos encontramos con el lugar común de “haré un drama para volver”, aprovechado por el cambalachero Darren Aronofsky para dar alguna lección sobre el mundo y alrededores. Sí, Fraser está bien porque, a pesar de las intenciones seudo vanguardistas (léase “viejísimas”) del realizador, encuentra la humanidad de su criatura y sabe transmitirla. Lo mejor de la actuación de Fraser no son los kilos digitales, pues, sino cómo mira, algo que va más allá de la tecnología y es totalmente humano. Si tiene una nominación al Oscar (merecida) es más por esa manera de mirar y transmitir emociones con lo mínimo que con el maximalismo creado por una computadora tan obesa como el protagonista del film.