Esa quimera de vivir y dejar vivir.
La ballena (2022) es una sentida película dramática dirigida por el realizador norteamericano Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, El cisne negro, ¡Madre!) y protagonizada magistralmente por Brendan Fraser, quien se encuentra nominado como mejor actor por su labor en los próximos Premios Oscar 2023. Esta no es una interpretación más para Fraser, al que estamos acostumbrados a ver en otro tipo de papeles a lo largo de su carrera, principalmente como héroe y galán de films de aventuras (La momia, Viaje al centro de la tierra). Aquí es Charlie, un profesor de literatura con un notable estado de obesidad. Sus 300 kilos de sobrepeso le impiden poder llevar una vida “normal”, y a duras penas aún mantiene su empleo en la educación gracias a las clases por zoom que da cada día a sus alumnos. Como una alegoría de su propia existencia, desarrolla y analiza con su alumnado la novela del autor Herman Melville, Moby Dick, relato clásico donde se narra la obsesión por cazar a una legendaria ballena blanca, un animal marino de enormes dimensiones. Seguramente después del impacto visual de ver a Brendan Fraser componer a un hombre con estas notorias características físicas, también apreciaremos el enorme compromiso y entrega de su parte. Ponerse en la piel de Charlie quizás no sea para cualquiera, por sus complejidades de existencia que pasan por un lugar mucho más profundo que el mero aspecto físico. Charlie sufre por la soledad, el destrato, por vivir oculto y discriminado. Brendan Fraser entendió a este hombre, a su vida, su dolor y así lo demuestra su mirada a lo largo de la película. Una mirada triste, de compasión, de agobio y cansancio, pero también de redención. El sobrepeso y los desórdenes alimenticios de Charlie son resultados de traumas y problemas personales que iremos conociendo a lo largo de la historia de esta película, que es más que nada una obra de teatro filmada por Darren Aronofsky, un director que también entiende y hasta tiene compasión por Charlie, pero que nunca lo victimiza.
La ballena es una película que también requiere de la comprensión de los espectadores. Los diferentes conflictos emocionales que se irán desarrollando en su trama (la obesidad como enfermedad, el trato del sistema de salud para con quienes la sufren, el suicidio, la culpa, la sexualidad reprimida, entre otros) pueden llegar en un punto a ser verdaderamente agotadores. La aparición de la rebelde y arrogante hija adolescente del protagonista (Sadie Sink), a la que hace mucho tiempo no ve, será el comienzo de un cambio de vida para Charlie. Un giro inesperado y vincular para ambos, que unirá y fortalecerá a los dos. Es allí donde sabremos que Charlie fue otro, que amó y soñó con llevar una vida según las normas, pero que debido a problemas internos y personales le resultó imposible.
También hay en La ballena una constante sensación de claustrofobia, más que nada debido a su cerrada puesta de realismo teatral. El encierro en el que vive y respira (como puede) Charlie realmente se siente por momentos en demasía. El guion, escrito por el mismo autor de la obra teatral en la que se basa la película, Samuel D. Hunter, trata de lograr una transposición cinematográfica lo más inteligente posible y que luzca a los protagonistas (además de Charlie y su hija, tenemos a la ayudante del profesor, Liz (Hong Chau), también nominada como mejor actriz de reparto al premio Oscar por su interpretación). Quienes vimos otras obras de Darren Aronofsky, como El cisne negro o mucho más en el caso de ¡Madre!, sabemos que la opresión y el ahogo son casi una norma en su narrativa y concreta puesta visual. Así como cierto toque de grotesco y poco tacto. Desde ya La ballena no es la excepción.
Más allá de significar un gran y significativo retorno a las pantallas de Brendan Fraser, un buen actor pero con una irregular carrera, La ballena es, con todos sus pros y contras, una interesante reflexión social. Una que se pone del lado de los diferentes y excluidos. Aquellos que como Charlie viven ocultos (ya sea por su sobrepeso y condición sexual), pero que deberían poder llevar a cabo sus existencias en libertad y sin ser constantemente juzgados.