Basta ver el vestuario (y el arte en general) de La batalla de los sexos para percibir sus virtudes y sus defectos. La película transcurre en 1973 y todos los personajes están vestidos como si estuvieran disfrazados de personajes de los ‘70. La excesiva prolijidad del vestuario termina por generar lo contrario de lo que busca: más que transportarnos a los '70, nos hace admirar el trabajo de los vestuaristas de 2017.
Ese es el problema, pero también la fortaleza, de La batalla de los sexos. La película cuenta la historia real del partido de exhibición entre Billie Jean King (Emma Stone) y Bobby Riggs (Steve Carell). Ella tenía 29 años y era la número 2 del mundo; él tenía 55, y 35 años antes había sido el número 1. Pero ella era mujer, y el tenis femenino en aquel momento estaba relegado, al punto tal que ese partido, que atrajo infinidad de curiosos y morbosos, fue de alguna manera un punto de inflexión en el tenis femenino.
La película de Jonathan Dayton y Valerie Faris (marido y mujer, directores de Pequeña Miss Sunshine y Ruby, la chica de mis sueños) pinta con un par de pinceladas muy precisas los personajes de Billie Jean King y Bobby Riggs. Ella es una chica decidida a no dejarse avasallar por los capos de la Asociación de Tenis, que además empieza a descubrir que le gustan las mujeres; él es un ex tenista que vive del dinero de su mujer y es adicto al juego. Los dos son encantadores, aunque obviamente cuando llega el partido la película se las arregla para que hinchemos por Billie Jean.
Como en toda buena película deportiva, los últimos minutos son emocionantes y más de uno gritará un punto de Billie Jean. Pero La batalla de los sexos va más allá en los minutos posteriores al partido. El montaje paralelo de ambos en el vestuario es extraordinario: independientemente del resultado, ella sigue derrotada porque no puede vivir su sexualidad en plenitud.
Claro que, volviendo a la idea del comienzo, todo el relato parece demasiado perfecto y blindado, armado exclusivamente para ser admirado, desprovisto de claroscuros y complejidades. El efecto es parecido al del vestuario: admiramos el resultado porque es perfecto, pero tenemos la sensación de que no tiene mucho que ver con la realidad. Y ese no sería un problema si no fuera que estamos ante un hecho real y ante una película que a todas luces busca difundir la hazaña de Billie Jean King.
De todas formas, no es tan grave: la película es entretenida, y siempre tendremos Wikipedia.