HEROÍNA SIN CARISMA
En primera instancia La batalla de los sexos, la nueva película de Jonathan Dayton y Valerie Faris, cuenta una de esas historias que sólo pueden ocurrir enmarcadas en la cultura popular norteamericana, donde hasta lo político adquiere las formas del gran espectáculo. Lo que se cuenta es, entonces, la apuesta que el ex campeón Bobby Riggs realizó en 1973 contra la estrella Billie Jean King, desafiándola a un partido de tenis con el que pretendía demostrar la supremacía de los hombres sobre las mujeres. Y, de fondo, anular el ascenso y la importancia del tenis femenino. Pero este asunto es tan sólo la cima del iceberg, ya que a partir del amor lésbico de la deportista con su peluquera y de algunas otras situaciones, el film avanza sobre otros asuntos: la discriminación, el despertar sexual, el feminismo, la construcción de un imaginario conservador y el deseo como enemigo del profesionalismo. Los 70’s, como también lo demostró la notable Rush, fueron tiempos en los que el deporte de alto rendimiento modificó su diseño y ese reducto para playboys y bon vivants comenzó a llenarse de profesionales obsesivos. Billie Jean King, bajo la mirada de Dayton y Faris, es otra víctima de su propia ambición.
Dayton y Faris recrean la estética de aquellos tiempos con inteligencia, y sin olvidar que lo principal en la película son sus personajes y sus conflictos. Esa humanidad que por momentos quedaba de lado en las más cancheras Pequeña Miss Sunshine y Ruby, aquí gana centralidad. Lo curioso, en todo caso, es que esa humanidad es representada aquí por dos personajes tan antagonistas como complementarios, y con algunas dificultades emocionales: para la Billie Jean King de la película, la misoginia y desparpajo del payasesco Riggs no son más que combustible para su motor; para Riggs, la obsesión y el enfado de King le dan sustento a sus provocaciones y bravuconadas, incluso que ese desafío que propone no es más que una forma de hacer lícita su ludopatía. En ese complemento, lo que ambos personajes terminan descubriendo es que el gran espectáculo, uno donde la masa social se movilice, resulta fundamental en la instalación de un debate político, que es en definitiva lo que King busca a toda costa: hacer que el tenis femenino no sólo sea aceptado, sino que también reciba los mismos premios económicos que el masculino.
Para los directores está claro que el personaje principal de esa fábula deportiva es Billie Jean King, a quien Emma Stone le aporta una intensidad para nada manifiesta, y construye una criatura sumamente interesante, llena de contradicciones e inseguridades (por el contrario, Carell está un poco excedido, al borde de la caricatura aún cuando representa un personaje que era bastante caricatureso). Es a partir de King que la película se construye, y encuentra también sus límites: porque siendo un personaje mayormente antipático, incluso incómodo en su falta de heroísmo más allá de las luchas justas que encabezaba, es poco el carisma que desprende hacia fuera de la pantalla. Lo cierto es que La batalla de los sexos, con sus emociones deportivas apoderándose del desenlace, no termina de emocionar o de impactar como se espera. En cierta medida por esa falta de carisma de la protagonista, pero también por una cantidad de subtramas que se abren y vuelven todo un poco rústico. Además, por esa tara de cierto cine norteamericano de querer contar el pasado desde el punto de vista del presente. Hay hacia al final alguna línea de más, algún parlamento que explicita demasiado el sentido de los personajes. La batalla de los sexos es de esas películas que corren el riesgo de convertir a sus personajes en metáforas obvias, aunque por suerte sucede en contadas ocasiones.