Debo figurar entre el 1% de la población mundial que no vió la versión 1991 de La Bella y la Bestia. Claro, todo el mundo la festejó, la banda sonora se vendió a raudales e incluso obtuvo una nominación al Oscar como mejor filme (standard, no animado), lo cual habla a las claras de su calidad. Y posiblemente sea el epitome del renacimiento de los estudios Disney luego del proceso de recuperación iniciado por La Sirenita en 1989.
En ese sentido, mi virginidad sobre el tema me da otra perspectiva para opinar, con lo cual concluyo que la versión 2017 live action es un licuado que no termina de cuajar. Que el original sea respetable no implica que la remake lo sea: conservará los encuadres, la historia y las canciones, pero se parece mas a esas remakes en vivo que la NBC ha estado haciendo últimamente sobre musicales clásicos - como La Novicia Rebelde (2013) - que ni por asomo está en condiciones de sepultar - o mucho menos, equipararse - al fantástico original de 1965 con Julie Andrews. Es una receta rápida con intérpretes chatos, sobredosis de efectos especiales, cambios no siempre entendibles y una notable ausencia de magia.
Parte del problema es el formato de obra musical que es tan caro a los norteamericanos. Una cosa es un filme con 10 canciones y otro uno con 20, en donde la más minima acción dispara un cuadro de música y baile sin que necesariamente lo merezca - por lo banal del tema que implique -. Para que las canciones den fruto se precisa tiempo de construcción dramática: gente hablando y no cantando una tonelada de tonadas pegadizas para llenar un CD que se venda en las bateas de todas las disquerías. Por otra parte, la versión animada tiene otras cualidades: las perfomances digitales están creadas por un equipo de animadores, que han discutido y perfeccionado cada detalle... mientras que aquí todo ello queda reducido a la calidad de cada actor y la sensibilidad del director. Kevin Kline se ve perdido, Emma Watson no transmite nada, Dan Stevens es demasiado blando como la Bestia, los artefactos del castillo son mas anodinos que graciosos, y el único que brilla mas allá de las limitaciones de su papel es Luke Evans. Es un tipo que devora la pantalla con gusto, y quizás hubiera sido mejor elección que Stevens para el papel principal.
Desde ya, hay temas discutibles. Me parece genial que la Disney se haya convertido en un campeón de la inclusión - casting multiraciales, personajes gays presentes en sus películas y series -, pero también es cierto que hay realidades históricas que son ineludibles. Poner damas de honor negras (o un moreno capellán del pueblo) es un absurdo porque no se condice con la realidad de época en donde transcurre el relato. Y si bien éste es un relato de fantasía, no deja de ser el mundo histórico que todos conocemos ya que estos tipos hablan de Shakespeare y los autores griegos. O viven en una burbuja - una utopía totalmente aislada del mundo real - y ponen a quien quieran en los papeles que se les ocurran (¿por qué no una asiática como Bella?), o quiten las referencias históricas de la trama, porque lo único que hacen es recordar las contradicciones del casting. Es como poner a un grupo de Hobbits a discutir sobre La Iliada; es algo que se lleva de patadas con la lógica porque uno no logra encastrar la realidad que vivió Homero con la de una parva de tipos bajitos y patones que viven en una comarca infestada de hechiceros, demonios y dragones voladores. No soy enemigo de la inclusión; por el contrario, yo creo que es injusto negarle cualquier tipo de papel - en especial, los jugosos clásicos - a un hombre por el color de su piel. ¿Acaso los asiáticos no pueden hacer Hamlet, o no puede haber un Frankenstein negro?. Lo que ocurre es que, para que eso funcione, es necesario hacer una adaptación inspirada, una que cree un contexto en donde el cambio de color de piel resulte creíble, o que traslade el relato a otra época y entorno en donde uno no tenga problemas para asimilarlo.
Pero si la tonelada de canciones y las perfomances chatas aburren, creo que lo peor es la sobredosis de CGI. Aturde. Ni siquiera los grandes momentos del filme - como Nuestro Huésped Sea Usted o el baile de Bella y Bestia bajo el gigantesco candelabro - logran movilizarte algo. La edición es muy rápida, hay demasiada información visual en pantalla. Y entre toda esa parafernalia los actores quedan perdidos, reducidos a costosa utilería para exhibir sus nombres en los posters.
La Bella y la Bestia 2017 no es un gran filme. Es espectacular, es cierto, pero resulta estirada y fría. Quizás la critica haya sido benevolente porque nadie quiere ofender al gigantesco imperio del ratón, pero las reseñas de los usuarios en IMDB me dan la razón (y más aún, con los fans de la versión animada). Es un ejercicio en el exceso, el cual marea antes que emocionar.