¿Sueñan las bestias con doncellas mágicas?
¿Hay alguna forma correcta de volver a contar una historia que ya se ha narrado incontables veces desde hace siglos? ¿Hay manera de rescatar en este milenio el atractivo por un relato harto conocido? La nueva adaptación cinematográfica de La bella y la bestia (La Belle et La Bête, 2014) del francés Christophe Gans (Terror en Silent Hill [2006]) asume la responsabilidad de buscar una respuesta a esta incertidumbre.
Basada en una de las dos versiones tradicionales más conocidas del cuento -obra de la francesa Jeann-Marie Leprince de Beaumont, de 1756- la historia gira en torno a Bella, la más joven de las tres hijas de un hombre que se ve obligado a cederla a una misteriosa bestia para poder cumplir una promesa. Bella se ve forzada a vivir recluida en el castillo de la Bestia, un ser con un pasado oscuro que busca obtener el amor de su nueva huesped... algo que bien podría ser considerado el primer caso registrado de Síndrome de Estocolmo, incluso varios cientos de años antes de ser conocido con dicho nombre.
Tras una primera mitad algo lenta en cuanto a desarrollo dramático, la cuestión toma envión en la segunda parte. La historia central va cediendo terreno ante secuencias que permiten conocer el origen de la Bestia y el por qué de su horrible maldición, envueltas en un estilo onírico que se disfruta mucho desde lo visual, con un tratamiento de la imágen que se convierte en uno de los mayores atractivos de la cinta en cuanto a diseño de arte.
Aún sin ánimos de espoilear una historia que vió la luz por primera vez hace exactos 260 años, sólo diremos que el origen de la Bestia se distancia un poco del concepto original de Beaumont. Pero esta presentado de una forma tan interesante que se vuelve uno de los puntos altos del film.
El único punto flojo tal vez puedan ser los efectos hechos por computadora de la Bestia y algunas de las criaturas fantásticas que componen la fábula. Por suerte la interpretación que Vincent Cassel (Irreversible [2202], El Cisne Negro [2010]) logra del monstruo clásico nos hace olvidar un poco esta mancha. Léa Seydoux (La vida de Adele [2013], El gran hotel Budapest [2014]) también se luce en el papel de Bella y hace muy buen uso de esa sensualidad sutil que posee, con la cual transmite mucho sin necesidad de hacer un abuso de histrionismo.
Uno de los mayores atractivos es el hecho de encontrarnos frente una versión del cuento clásico que no es oscura y sombría, pero tampoco se para en la misma vereda que las adaptaciones edulcoradas de cuentos clásicos de -por ejemplo- la factoría Disney. En esta ocasión Christophe Gans logra un buen equilibrio entre una historia que puede atraer a un público adulto y al mismo tiempo generar en los más chicos un alto nivel de curiosidad, atrapándolos con historia atractiva desde lo visual que al mismo tiempo narra un suceso no del todo infantil.