Cuando la compasión se impone al amor
Manteniéndose fiel a la historia original, esta nueva adaptación del clásico cuento de hadas sobresale por su exuberancia en el apartado visual, pero sin llegar a ser lo siniestra y gótica que pudiera esperarse de este director, y perdiendo lo mas importante que tuvieron sus antecesoras, el apasionado y bello romance que se produce entre sus dos protagonistas.
Siguiendo la moda actual de adaptaciones y reinventos de cuentos clásicos de hadas e infantiles llego el turno de La bella y la Bestia, cuyas dos versiones mas destacadas fueron la de Jean Cocteau -1946-, con ecos surrealistas, y el clásico musical animado de Disney de 1991, quizá el que siga permaneciendo en la memoria de la mayoría.
Esta nueva versión del director Christophe Gans, quien hasta ahora había llevado su carrera por la senda del terror con títulos como Silent hill -2006-, Crying Freeman -1995- o El pacto de los lobos -2001-, lejos está de virar hacia lo siniestro y gótico. Sin embargo apuesta fuertemente al apartado visual con una potente fotografía, donde prepondera lo barroco, fastuosos escenarios -el palacio de la Bestia y sus estancias- o vestuarios, planos cuasi pictóricos y escenas de animación -los gigantes de piedra-.
Respetando la esencia de la historia original, que Gans decide relatar con un ingenioso juego de espejos entre pasado y presente como eficaz recurso expresivo, esta adaptación acentúa la faceta mitológica de la historia, trayéndonos una versión más elaborada de los orígenes de la maldición de la Bestia pero sin profundizar en lo más relevante del cuento original, la relación de amor paulatino que van construyendo La Bella y la Bestia.
Tal vez la falta de escenas con ambos personajes compartiendo pantalla y el ritmo acelerado que Gans imprime al relato despoja a la historia de sus dilemas esenciales. La inexistente progresión dramática en la relación de la Bella con la Bestia no permite una conexión emocional con los personajes y el amor que se supone nace entre el dúo protagonista no consigue transmitirlo al espectador, haciendo poco creíble y hasta ridículo su final feliz.
Un Vincent Cassel limitado, tras una Bestia cuyo rostro hecho por animación debe aguantar las consabidas comparaciones con la de Disney, solo consigue insuflarle un poco de vida a su personaje cuando se despoja de los efectos especiales.Mientras que Léa Seydoux -La vida de Adèle- se pasea por los jardines de la bestia luciendo un generoso escote, sin emociones ni sentimientos, seguida de cerca por los "Tadums", unas pequeñas criaturitas supuestamente entrañables -mitad gremlin mitad perro- que desentonan visualmente con el resto de la propuesta estética y practicante no participan de la historia, sirviendo solo como un guiño a los más pequeños.
Tampoco aportan mucho a la trama el caricaturesco personaje de villano a cargo de Eduardo Noriega ni el resto de los personajes, entre los que logra destacarse André Dussollier como padre de la Bella.
Esta versión de La Bella y la Bestia pareciera no tener claro a qué público se quiere dirigir, ya que para los niños es demasiada oscura y sin la gracia de Tim Burton, para adolecentes seguidores de Crepúsculo es poco romántica y para adultos no consigue borrar el éxito de Disney.
Gans deja de lado la historia de amor y apuesta a un relato con ritmo y visualmente impactante que entretiene pero del cual solo recodaremos bellísimos planos cual cuadro colgado en la pared.