Espectáculo imponente que relega lo romántico
Se va a sorprender quien crea que ésta es sólo una nueva ilustración del clásico encuentro entre una joven llena de encantos y virtudes y un ser espantoso pero rico, poderoso y de alma noble. Acá pasan muchas más cosas, más aventuras, y hay relaciones mucho más engorrosas de lo que el público espera. Y eso puede fascinar, porque la novedad, la ambientación, el vestuario y los efectos especiales son impresionantes, pero también cansa un poco y diluye su intensidad romántica.
Ocurre que todas las versiones cinematográficas vistas hasta ahora, incluyendo las de Jean Cocteau, Jurah Herz y la dupla Gary Trousdale & Kirk Wise, del sello Disney, que son las mejores, se apoyan en un hermoso cuento de Jeanne-Marie Barbot de Le Prince. Pero la que ahora vemos se basa en un cuento anterior, mucho más largo, de Gabrielle-Suzanne de Villeneuve, quien, además de contar lo que ya sabemos, se expande en historias rarísimas sobre el origen de la Bella, el origen de la Bestia, las razones de su encantamiento, los ciervos blancos que arrastran carrozas doradas, los hijos resentidos que andan en malas compañías, la guerra entre los reyes y las hadas perversas, etcétera.
Le Prince leyó a Villeneuve, podó toda esa monserga, y salió ganando. Pero ahora Christophe Gans, autor de un estremecedor "Pacto de lobos", y su coguionista Sandra Vo-Anh, resucitaron la versión larga, seguramente con la idea de explorar caminos poco transitados, fantásticos y oscuros. Y a eso le agregaron perlas y variaciones propias, incluso palmeras y plantas trepadoras. Así aparecen unas peleas en bodegones y en el palacio y alrededores, una fuga sobre el lago helado, sueños abundantes medio tortuosos, estatuas que cobran vida, una ninfa convertida en mujer y luego en cierva, unos bichos ridículos que al final mejoran, porque se vuelven perros Beagle, y otras cuantas sorpresas. Todo eso, contado por una madre a sus criaturas antes de dormir.
Thierry Flamand (César al mejor diseño de producción por este trabajo), el vestuarista Pierre-Yves Gayraud, los enormes equipos de arte, decorados y efectos mecánicos y digitales resultan acá los héroes de la empresa. Ellos arman un espectáculo notable, imponente, en partes gigantesco -innecesariamente gigantesco. Pero bajo ese espectáculo, la historia de amor ha quedado relegada. Vincent Cassel y Léa Seydoux recitan sus partes sin mayor vibración, la máscara de él no da miedo y el escote de ella no nos permite concentrarnos (pero no nos quejamos).