Con la guita no alcanza
Hay muchas versiones cinematográficas del clásico La bella y la bestia, pero la que yo tengo más presente o que me quedó grabada en la memoria fue la de Disney de 1991. Hace demasiado tiempo que no la veo -y quizás no haya envejecido de la mejor manera- pero la recuerdo como un musical animado oscuro y luminoso a la vez, de un ritmo trepidante, que sintetizaba numerosos acontecimientos con gran agilidad y con una banda sonora magnífica, la cual teníamos en un cassette y escuchamos incontables veces con mi hermana.
No deja de ser una pena que esta nueva versión no vaya a permanecer mucho tiempo en mi retina. En buena medida, eso sucede porque se le nota demasiado su pertenencia a ese sector del cine francés al que podríamos agrupar bajo el título “nosotros también podemos ser como Hollywood” y que suele pensar que la diferencia con el cine estadounidense se zanja simplemente con dinero -o con la apariencia de dinero- y sin talento, lo que lleva a que sean obras donde impera el regodeo en los rubros técnicos. Esta vertiente no es exclusiva del cine francés: en la Argentina, por ejemplo, tuvimos recientemente a Metegol, film que asume que por tener un presupuesto de muchos millones de dólares y una animación de primer nivel está a la altura de Pixar, ignorando que las virtudes formales, narrativas e incluso éticas son las más importantes en la carrera de ese estudio.
En La bella y la bestia hay una excesiva preocupación por el despliegue visual -que termina siendo casi barroco- y escasa por la historia, que nunca termina de hallar el tono adecuado. Y es que en verdad el director Christophe Gans -el mismo de las mediocres Pacto de lobos y Silent Hill- nunca encuentra el público al cual dirigirse: tanta es su indecisión, que lo que queda es una cinta incapaz de dirigirse al público infantil o adulto, y que tampoco accede a un punto medio donde poder interpelar a una audiencia más amplia.
En el medio de un pesado relato, con personajes unidimensionales y que abusa de la voz en off, aparecen, a cuentagotas, algunas ideas interesantes sobre lo que implica narrar un cuento y fascinar a través de las ficciones, pero todo se queda en amagues, aplastados por la dirección de arte, el vestuario y los efectos visuales. En consecuencia, La bella y la bestia termina siendo una película con mucho dinero pero poca vida, que confirma que Gans conoce mucho del arte de despilfarrar guita, pero poco del cinematográfico.