De las múltiples miradas con las que se puede analizar una película, de La bicicleta verde prefiero rescatar su manera de comunicarse con los públicos: la película es bifronte. Tanto habla con el público occidental, como con el de su país y el mundo árabe.
Esta es la primera película de ficción de Arabia Saudita, país en el que no hay salas cinematográficas. A esa novedad debe sumarse que su realizadora es una mujer en medio de una cultura extrema en términos de desigualdad de género.
Wadjda es una niña que desentona con muchos de los comportamientos deseables para ella en su sociedad. Rara vez se cubre el pelo, no conoce con precisión el Corán, detesta los rituales y por sobre todas las cosas, desea tener una bicicleta. Andar en este vehículo está prohibido a las mujeres. Ella, desde su convicción e inocencia, tendrá una estrategia minuciosa y cotidiana para conseguir el dinero necesario para comprarla. Hará pulseras que venderá a sus compañeras o hará pequeños favores por unas monedas, todo lo posible y necesario para ahorrar billete sobre billete.
Pero lo que cuenta la película, teniendo como centro a Wadjda y su deseo, es la historia de mujeres en la particular modernidad Saudita. La trama compleja de la vida privada y la vida pública, los modos en que ellas internalizan los dispositivos de dominación, y como con esta carga reproducen no solo las condiciones simbólicas de sus vidas, sino también las materiales, las necesarias para reproducir la vida.
Lo más interesante de la película es que asume la importancia de contar la historia para contar el resto. Sin subrayar, sin pontificar, sin discursos altisonantes y sin caricaturizar los personajes que habitan el mundo de la niña, este es el modo en que Al Mansour relata este momento de pasaje de la pequeña. Entramado en ese relato que fluye sencillamente, presenta la complejidad de la vida de las mujeres, los modos de regulación y la conciencia de la sumisión. En este sentido, el reduccionismo con el que desde occidente se representa la vida de las mujeres en esta cultura extrema, se ve confrontado e interpelado necesariamente con las prácticas cotidianas que desarrollan ellas a lo largo de la película. No son todas iguales, no responden a los mandatos del mismo modo y no necesariamente reproducen en la vida privada la organización vigente en el espacio público. Además, y esto es evidente para quien lo quiera ver, Arabia Saudita, un país al que el canon occidental no pone en el centro del cuestionamiento por su aparato represivo y de control –el infierno es Irán, no parece haber dudas- es contado de modo tal que el silencio con el que se condona al régimen saudí encuentra alguna voz que permite abrir alguna puerta al conocimiento. Por otra parte Al-Mansour hace evidente para las mujeres de su propio país que puedan ver la película, los modos cotidianos y silenciosos de dominación a los que son sometidas.
En el primer párrafo proponía una inteligencia bifronte de esta sencilla película. El problema es si las múltiples miradas a las que está dirigida en este lado del mundo serán tan sagaces como para entender esto o seguirán contando la historia de estigmatización que no entiende de procesos y ayudará a la reproducción permanente de ese orden injusto.
Por Daniel Cholakian
redaccion@cineramaplus.com.ar