Emiliano Fernández (Metacultura):
El paraíso de los tontos
Dos de los problemas más recurrentes del cine actual son el infantilismo y el cinismo, supuestas estrategias -sobre todo del mainstream- para despertar la simpatía del espectador desde un hipotético terreno en común basado en la “muerte de las ideologías” y pavadas así que representan una ideología de por sí y que desde ya desvían agua hacia el molino de los sectores más concentrados de la industria cultural vía la defensa de una apatía criticona y lobotomizada inspirada en los caprichos burgueses más risibles (otros inconvenientes como la mediocridad y la falta de ideas novedosas pueden relativizarse porque van y vienen como olas). Dentro del séptimo arte las comedias son las que más sufren este estado de cosas porque al remarcar los engranajes del género, en vez de gestar el contacto lo único que se produce es distancia y un desapego sistemático ante lo visto, la antítesis total de la comedia.
Por suerte en ocasiones aparece alguna que otra excepción que si bien en parte acompaña esta disposición pasiva, narcisista y light de los días que corren, al mismo tiempo termina ofreciendo una especie de mirada en espejo para denunciar el pesimismo compulsivo desde una perspectiva adulta y reposada que por un lado resulta hilarante y por el otro le otorga nueva vida a subgéneros semi muertos como la comedia romántica. La boda de mi ex (Destination Wedding, 2018), la realización que nos ocupa, se encuadra precisamente en este rango de anomalías inteligentes que sin siquiera rozar las cúspides de otras épocas -ni tampoco una inocencia ya desaparecida- por lo menos logran salir muy bien paradas en la ejecución de esa vieja fórmula “chico conoce a chica” que todos sabemos cómo termina, sin importar las circunstancias ni el trasfondo singular de los dos protagonistas excluyentes.
Esta segunda película como director y guionista de Victor Levin, en esencia un libretista televisivo de prolongada experiencia, es algo así como una versión de Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995) y/ o Spring (2014) aunque sin el tufo existencialista y redundante del sustrato arty yanqui, obras que asimismo fueron extrapolaciones de la mucho más interesante Trilogía de la Incomunicación de Michelangelo Antonioni, la compuesta por La Aventura (L'Avventura, 1960), La Noche (La Notte, 1961) y El Eclipse (L'Eclisse, 1962). El devenir narrativo nos presenta una serie de conversaciones entre Frank (Keanu Reeves) y Lindsay (Winona Ryder) durante los momentos previos y el desarrollo de una boda en Paso Robles, una pequeña ciudad de California: el hombre es el hermanastro del novio, la mujer su ex pareja y ambos se conocen en el aeropuerto en camino hacia el evento, el cual los obliga a una convivencia en la que pasarán de completos extraños con una idiosincrasia profundamente nihilista a testigos del nacimiento de una atracción que parece operar sobre sus cuerpos muy a pesar de lo que dictan sus mentes, siempre propensas a descreer no sólo de la parafernalia estupidizante e hipócrita del cariño sino también de las celebraciones comunales a su alrededor, como el mismo matrimonio que los unió en primera instancia.
En sí el film se condensa en los diálogos que intercambian los dos personajes a lo largo de un fin de semana, en el que -como no conocen a ningún invitado a la boda y desean evitar todo contacto- se refugian el uno en el otro disparándose artillería pesada mutuamente y al resto de la humanidad, una actitud que se explica en malas experiencias pasadas y que los lleva de detestarse a descubrir que la aversión para con los rituales estandarizados y el fariseísmo social los comienza a acercar por el simple sentir en común. La mano maestra de Levin para crear una verborragia sádica y muy astuta encuentra en Reeves y Ryder sus instrumentos perfectos, ya que la amistad de los actores en la vida real permite una fluidez maravillosa y un lenguaje gestual/ corporal compartido que resultan muy valiosos en un enclave tan necesitado de química como la comedia romántica. El amor, considerado “el paraíso de los tontos”, es retratado desde una misantropía extrema y minimalista pocas veces vista en el cine norteamericano, enfatizando el destino trágico de todas las relaciones, el carácter irracional humano, el atolladero autoindulgente de la burguesía, las caricaturas vivientes con las que nos topamos a diario y finalmente la también innegable necesidad de estar acompañado y perderse en la neurosis de un prójimo tan delirante como acogedor…
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