Presentado en festivales durante la segunda mitad de 2016, el tercer largometraje del director de Michael Blanco (2004) y Le monde nous appartient (2012) alcanza un demorado pero bienvenido estreno comercial en la Argentina. La película tiene como heroína trágica a Zahira (la encantadora Lina El Arabi), una adolescente de 18 años que debe lidiar con las tentaciones y la educación occidentales en su país de adopción (Bélgica) y las rígidas tradiciones de su familia de origen paquistaní.
La historia arranca con una situación extrema (ella duda sobre si practicarse o no un aborto) y luego expondrá en toda su dimensión (y crudeza) los dilemas íntimos respecto de si aceptar las exigencias de sus padres (un casamiento arreglado con un paquistaní) o darle rienda suelta a sus deseos, su rebeldía, la búsqueda de una camino propio e independiente en compañía de una amiga fiel (Alice de Lencquesaing) o en un romance con un joven que no pertenece a su comunidad étnica (Zacharie Chasseriaud).
Se trata de un conflicto bastante transitado por el cine europeo reciente que remite, por ejemplo, a los primeros films de Abdellatif Kechiche como Juegos de amor esquivo y con algunos elementos que sintonizan también con el cine de otros belgas famosos como Joachim Lafosse y los hermanos Dardenne (en un papel secundario aparece incluso Olivier Gourmet).
En sus mejores momentos, La boda escapa de la dualidad opresión-liberación, del enfrentamiento generacional entre adultos y jóvenes con personajes como el del hermano Amir (Sebastien Houbani), que en principio surge como confidente y aliado de Zahira, pero luego se va convirtiendo en cancerbero de las tradiciones y el machismo. En sus pasajes menos logrados (incluido el desenlace), el film de Streker resulta un poco obvio, previsible y maniqueo en su exploración de la intimidad de una joven dominada y sojuzgada (como tantas) por su historia, su entorno y su lugar en el mundo.