Por un puñado de dólares
Robar un banco es uno de los tópicos más recurrentes de la historia del cine, y cuenta con una larga tradición de grandes películas (desde Tarde de perros hasta Fuego contra fuego, como para no abundar). El banco siempre fue una institución sospechosa: el temor a que se robe el dinero ajeno nunca dejó de ser una idea incómoda, perturbadora. Pero lo que pocos imaginan es que el banco también puede enloquecer a las personas, o, lo que es peor, matarlas.
La bóveda, dirigida por Dan Bush, propone una interesante pero no del todo satisfactoria mezcla de géneros. Por un lado tenemos la clásica película de atraco a bancos, donde cinco ladrones liderados por dos hermanas entran al banco Centurion Trust a llevarse todo el dinero. Por el otro, nos encontramos con una película de terror con fantasmas y una vieja y macabra historia ocurrida en el lugar.
La película cuenta, además, con la presencia estelar de James Franco, que encarna a un personaje secundario pero decisivo, que termina uniendo las dos líneas narrativas planteadas. Es justamente el personaje de Franco quien les dice a los asaltantes que en el sótano del edificio se encuentra la antigua caja fuerte repleta de dinero. Sin embargo, cuando bajan a la bóveda descubren que no están solos, que extrañas y aterradoras presencias los acechan.
El problema más visible de La bóveda es que intenta ser una película de terror original (con la particularidad de ser también una película de robo a bancos) pero termina siendo un producto predecible y por momentos inconsistente, con giros de guion remanidos y actuaciones apenas aceptables, y con un deficiente manejo del suspenso, apoyado más en la música, que suena constantemente, antes que en la trama.
Toda película de terror, como cualquier buena historia, tiene necesariamente dos niveles interpretativos: el lineal, o literal, y otro que corre subterráneamente. La bóveda es una película de robo a bancos sobrenatural, pero también es una película que, implícita y difusamente, quiere decir algo acerca de la institución bancaria (que en realidad es el personaje central).
Su problema principal es justamente del orden de lo moral, ya que su posición se convierte, quizás involuntariamente, en una defensa encubierta del máximo símbolo del dinero. El banco puede robar. Pero si se le roba al banco, hay que pagar.