Cualquier mirada más o menos atenta sobre las películas de terror siempre va a notar algo: cuando el guion está bien construido (y con él sus personajes), la manifestación monstruosa o el villano tiende a funcionar como un espejo trastocado del personaje principal o de alguno de sus aspectos. Para decirlo más directamente: en el drama construido por el relato hay un personaje que tiene sus propios conflictos y el “monstruo” es la figura que hace que estos salgan a la luz, que se expresen, estallen, y se constituya una lucha. Las figuras monstruosas ponen en movimiento a la trama y a los personajes, y así el terror conecta con una de las bases fundamentales de los géneros, que es el melodrama. Entre ambas partes hay una relación bidireccional (y hasta a veces de identificación) que nos salva de lo arbitrario.
En La Bóveda (The Vault), la construcción podría ser digna pero se vuelve mediocre y, luego, arbitraria. Tenemos una situación de robo de banco prolongado que va deviniendo en otra completamente distinta, donde los fantasmas de los rehenes de un robo anterior (en 1982) reaparecen como verdugos a cobrarse venganza. Hasta ahí todo puede salir bien porque, además, tenemos algunos personajes sobre los que podemos depositar ideas. Francesca “hija de Clint” Eastwood interpreta a Leah, uno de los miembros de la banda de ladrones que vamos conociendo durante el metraje. De una forma casi azarosa y llena de vacíos narrativos, se nos conduce a pensar que su conflicto pasa por la autoridad, o más bien su capacidad para mantener el orden durante el robo. Pero el contexto es pobre y todo lo que nos acerca a la voluntad de los personajes se diluye, como si fuera tan sólo una palanca para hacer avanzar las acciones del relato. Michael, su hermano, desarrolla en su personaje toda una sensibilidad para con los rehenes que nunca alcanza a tener su fundamento, como si simplemente se tratara de su rol funcional al guion.
En el robo anterior, el ladrón se volvió locó y torturó a los rehenes hasta matarlos. Con eso como antecedente, y si tratamos de encontrar alguna relación bidireccional, Leah debería tener algún tipo de eco. Lo que aparece ahí es un enorme fuera de campo como tensión que la película ni siquiera comienza a entender cómo manejar, y termina limitándose a hacer una inverosímil escena (completamente fuera de tono) en la que ella casi electrocuta a otro personaje con una lámpara convertida en picana. Otra pura palanca para coser puntos sueltos.
Pero si hay algo que termina de demostrar que la La Bóveda es un fracaso tanto como película criminal como de terror, es la innecesaria vuelta de tuerca a la que nos somete al final. Una de esas que sólo aspiran al ligero asombro, casi automático, de acción y reacción ante un pequeño giro del guión que incluso está burdamente “explicado” con la puesta en escena durante el relato y que nos hace enganchar las fichas del juego. La película se termina de coser pero en su pura superficie, sin nada relevante debajo, puesto que no hay ninguna verdadera fe en el género.