Con una premisa tentadora, híbrida entre thriller y horror sobrenatural, La bóveda no logra enriquecer sus puntos fuertes y termina subestimando, en el camino, la intuición del espectador.
Dos jóvenes (Taryn Manning y Francesca Fisher-Eastwood) deciden robar un banco junto a su hermano (Scott Haze), para salvarlo de una enorme deuda. Todo se les va a complicar cuando descubran que eligieron el banco menos indicado, uno que esconde un oscuro secreto ligado a un turbio acontecimiento pasado: la bóveda donde está todo el dinero se encuentra embrujada.
Hay que decirlo, la mixtura de géneros no está desequilibrada. La bóveda es tan mal thriller como mala película de terror.
La toma de rehenes rápido pierde su dinámica inicial y los tres delincuentes que la protagonizan empiezan a repetirse, a sobre-explicarse, a caer en torpezas. No logran dimensión, no crecen, caminan en círculos que nos marean. Sin que podamos hacer nada al respecto, de un momento a otro, los cautivos empezamos a ser nosotros, prisioneros de la pretendida frescura de un drama que pronto se llena de tibiezas y previsibilidades adornadas que exasperan.
Nunca hay una tensión trabajada con minuciosidad en La bóveda, apenas unas actuaciones dignas que nada pueden hacer para elevar la cotización de la obra en sí. Todo pareciera suceder en irrupciones, como si Dan Bush temiera ir demasiado lejos, dejarse fluir. Sí se obsesiona con recordarnos a cada rato que tiene un as bajo la manga. Tanto se esfuerza en adelantar su jugada maestra que no tenemos tiempo de, por lo menos, divertirnos con los artificios de una historia que se desaprovecha acto tras acto.
James Franco tiene una participación mínima, interconectando los momentos con escenas de poco pulso climático y narrativo, haciendo que una gota de sudor frío se deslice por nuestra frente cuando empezamos a sospechar el evidente giro final. Cruzamos los dedos para que esa no sea la vuelta de tuerca definitiva y un sinfín de películas con el mismo método aflora en nuestra mente, recordándonos que, de llegar a ser el caso, La bóveda no le llega a los talones a sus predecesoras, obras, muchas de ellas, que salieron a la luz a partir del estreno de la ya clásica Sexto sentido, opera prima de un Shyamalan que se perfilaba como inteligente constructor de desenlaces. Un Shyamalan mal copiado hasta el hartazgo.
Y van…
La bóveda demuestra que la originalidad en disparadores o momentos de clímax no basta para que una película resulte triunfante. “Todo lo que ocurre en la pantalla debe ser tan inevitable como inesperado”, escribió alguna vez Jean-Claude Carriére, guionista francés que ha sabido ser gran colaborador de Buñuel. Y es justamente eso lo que sigue siendo una deuda pendiente en películas de este calibre, películas que se van para un lado o para el otro de la balanza, omitiendo el tan necesario equilibrio.