Clichés espectrales
Así como uno de los supuestos ganchos atractivos de esta producción se acomoda perfecto en la idea de deja vu, el concepto se extiende al tener en cuenta que este film mediocre no sale del stándard de los malos productos que por esas incongruencias ocupan tiempo y espacio en una sala comercial.
James Franco confirma lo poco que le interesa mantener un nivel aceptable al prestarse a estos “jueguitos” donde es claro que la pose de estar más allá del mainstream, pero sin escapar de los códigos y los beneficios, terminan coronando insólitas apariciones en este tipo de propuestas.
Todo arranca como película de atraco a sucursal bancaria, con un grupo de hermanos donde las féminas llevan la voz cantante y el monopolio de la violencia frente a un hermano menos agresivo. Claro que la primera regla de moralina -cuando la ambición puede más- llega a partir de la escasa suma de dinero que obtienen y la sugerencia por parte de uno de los rehenes (Franco) de la existencia de una bóveda en el subsuelo de esa entidad, espacio misterioso y escenario propicio para el avance del elemento sobrenatural y la pesadilla de los atracadores.
En ese sentido como híbrido, La bóveda no se decide qué camino tomar y la indecisión condiciona el interés en una trama que se desinfla apenas surge el cambio de registro. Resultaba más que evidente apelar a otra cosa cuando el tronco narrativo transitaba por los caminos del robo frustrado por algún inconveniente imprevisto, elemento que siempre genera sangre e internas dentro del grupo.
Otro despropósito que llega al cine, con el rostro de James Franco y la hija del veterano Clint Eastwood, Francesca, para ponerle algo de pimienta a un plato desabrido.