La llegada de funcionarios nazis a la Patagonia luego de la Segunda Guerra Mundial es uno de esos temas cuya tela tiene largos metros para cortar. Tópico en el que conviven lo siniestro, el misterio y el silencio, vuelve a la pantalla grande local en La bruja de Hitler, el nuevo film dirigido a cuatro manos por Ernesto Ardito y Virna Molina que indaga en la ominosa dinámica de una familia alemana radicada en Bariloche.
El año es 1961; el lugar; la casa de los Krauss, enclavada en medio de la geografía boscosa y montañosa de las afueras de la ciudad de los estudiantes. Hasta allí llega una familia de fugitivos nazis buscando un refugio que pueda servir como primer paso para intentar vivir una vida normal. Claro que la idea de “normalidad” para quienes trabajaron a favor de un régimen convencido de su supremacía es muy distinta a la que impone la razón, por lo que allí se desatará una convivencia regido por lo perverso y lo pesadillesco.
Fábula basada en documentos reales, según avisa una placa al comienzo del film, La bruja de Hitler sigue las relaciones que establecen los hijos de ambas familias, convirtiéndose así en reflejos brutales, cruentos y descarnados de las experiencias de sus progenitores. Se trata, entonces, de un film mucho más cerca del cine de terror y suspenso que de uno apegado a un registro realista. El juego de texturas y el aura fantasmal generados por los fragmentos en Súper 8, así como también el particular uso de registros sonoros, refuerzan esa idea.
El problema es que La bruja de Hitler empieza a disponer sus elementos en un tablero que funciona como metáfora del presente, acorralando la interpretación de lo que sucede contra las cuerdas de lo unívoco. El resultado es un film envolvente y perturbador desde sus formas, pero con algunas acciones obvias y subrayadas.