La naturaleza de lo sobrenatural
La película de terror La bruja renueva el género con un salto hacia al futuro y otro hacia el pasado.
Todas las expectativas que generó La bruja desde que se estrenó el año pasado en el festival de cine independiente Sundance están justificadas. El director debutante, Robert Eggers, consigue renovar el género del terror no con un salto hacia al futuro sino retrocediendo hacia el pasado.
Lo que plantea es una especie de viaje introspectivo hasta el fondo de la mentalidad norteamericana. Vuelve a ese punto de la historia en el que la imaginación del puritanismo cristiano, alimentada con una dieta exclusiva de sermones bíblicos, se enfrenta con los mitos atávicos de una naturaleza desconocida y de una sexualidad naciente.
A principios del siglo XVII, una familia es expulsada de una colonia de Nueva Inglaterra por su excesivo rigor religioso. El padre, la madre y los cinco hijos (Thomasin, una adolescente; Caleb, un niño religioso y obediente; los gemelos Jonas y Mercy, y Samuel, un bebé) se mudan a un paraje solitario, donde levantan una granja frente a un bosque ominoso.
El objetivo de Eggers no es asustar, lo que pretende es recrear la atmósfera opresiva de un mundo regido por la insondable voluntad de un Dios omnipresente y por la angustiante conciencia de que cada gesto, cada acción, cada pensamiento puede ser una vía hacia el pecado, es decir, una puerta al infierno.
Sin embargo, no se trata de una denuncia retrospectiva sino de un ensayo para entender cómo una estricta ideología del bien –el puritanismo cristiano– pudo generar una concepción tan arraigada del mal y, en un sustrato más profundo, por qué ese mal fue asociado a la naturaleza, a los animales y a las mujeres.
El arte de la dirección cinematográfica de Eggers es tan sutil como virtuoso. Salvo por la banda sonora que tal vez subraya demasiado los momentos de tensión, todos los demás aspectos técnicos y artísticos de La bruja son notables. Desde la reconstrucción de la época (que incluye el modo de hablar de los personajes) hasta las tremendas actuaciones de los niños, pasando por los diálogos y por una fotografía que en el género sólo podría compararse con la de Te sigue.
En ese sentido, se trata de una gran película a la que la etiqueta "de terror" le queda chica y tal vez sería mejor catalogarla como ficción histórica o antropológica, aunque carente de toda intención didáctica. De hecho, Eggers se basó en documentos de la época y en leyendas populares a la hora de escribir un guion que no quiere explicar el misterio del mal sino comprenderlo como misterio.
Esa seriedad y esa fidelidad para recuperar un tiempo tan distinto al actual que casi nos resulta inimaginable es precisamente lo que le permite trasmitir la radical extrañeza de su relato, un relato tan ambicioso y desprejuiciado que se anima a mirar cara a cara la naturaleza de lo sobrenatural.