Yo tengo fe
Desde su estreno allá por enero de 2015 en el Festival de Sundance (donde ganó el premio a Mejor Director) esta ópera prima de Eggers se convirtió en uno de los títulos más esperados por los amantes del (buen) cine de terror (religioso). La espera valió la pena: esta historia sobre una familia de colonos ingleses en la New England de 1630 es un deleite narrativo que apuesta por la creación de climas, por la psicología de los personajes y por la construcción de tensión y suspenso con, claro, muchos sustos. El resultado es fascinante y permite asegurar que este tan transitado (gastado) género goza de muy buena salud.
Desde hace más de un año que se viene hablando (bien) de The Witch y, en muchos casos, esas expectativas acumuladas suelen jugar en contra: “No era para tanto” o “¿Tanto lío para esto?”, suelen ser algunas de las frases más escuchadas. Sin embargo, una vez vista La Bruja (en pantalla gigante), queda claro que la ópera prima de Robert Eggers ha sobrevivido sin problemas a su hype.
La primera escena muestra cómo el agricultor William (Ralph Ineson), su esposa Katherine (Kate Dickie) y sus cinco hijos son expulsados de una colonia de inmigrantes tras un juicio por irreconciliables diferencias de creencias y valores. La familia se instala entonces en una aislada granja junto a un bosque, pero la nueva vida se ve súbitamente alterada cuando Samuel, un recién nacido aún no bautizado, desaparece de manera inexplicable.
No conviene adelantar nada más de una trama que irá creciendo en intensidad y oscuridad. Tratado sobre el puritanismo, el fanatismo religioso, la culpa, la represión y la fe, La Bruja se sostiene por una puesta en escena brillante (con gran precisión por el detalle), un descomunal trabajo con imágenes nocturnas muchas veces iluminadas apenas por unas velas, unos fascinantes diálogos con una estructura y dicción propia de la época y -sobre todo- por unas actuaciones extraordinarias no sólo de los adultos, sino sobre todo de los niños y preadolescentes: desde la protagonista Thomasin (Anya Taylor-Joy, una Jennifer Lawrence en potencia) hasta el hermano mayor Caleb (Harvey Scrimshaw), pasando por los pequeños Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson).
Puede que la película irrite o decepcione a aquellos espectadores ávidos de golpes de efecto y escenas pletóricas de sadismo (no estamos ante el viejo “nuevo” cine de terror pornográfico), pero con un poco de paciencia se podrá apreciar todo el rigor, la solidez, las búsquedas y los múltiples hallazgos de un director debutante al que habrá que seguir muy de cerca.
Eggers sólo usa los efectos visuales, la sangre y el impacto cuando su historia así lo requiere. A contramano de los abusos y regodeos con la tecnología para subrayar lo sobrenatural y lo diabólico, el realizador apuesta a la dosificación, a la contención e incluso a escatimar ciertos elementos que en otras manos estarían primerísimo primer plano.
Con algo de Las brujas de Salem y La aldea, de El resplandor y hasta de La cinta blanca (sí, la de Michael Haneke), pero también con un notable vuelo propio (brillante, por ejemplo, el uso de los animales), La Bruja se convirtió en un pequeño gran éxito comercial (costó apenas 3,5 millones de dólares y recaudó 25 millones sólo en las salas de Estados Unidos). Su demorado estreno en la Argentina es un auténtico hito para el cinéfilo y para todo aquel escéptico que creía que el género de terror ya lo había dado todo. Una joyita que merece una oportunidad y, si se puede, en el cine y no en un monitor.