Lejos de Dios
Ganadora en Sundance, ‘La bruja’ es una película de terror muy particular que a pesar de no ser del todo efectiva, resulta fascinante.
La bruja viene haciendo mucho ruido desde que el año pasado su director, el debutante Robert Eggers, ganó un premio en el Festival de Sundance. Es cierto que se trata de una película de terror bastante especial y que su estreno comercial a cargo de una distribuidora de las llamadas majors (United International Pictures) es una excelente noticia, pero ¿hasta qué punto es una película satisfactoria?
El título inicial dice “The VVitch”, así escrito con la grafía del inglés antiguo, y un subtítulo: “A New England Folktale” (Una leyenda popular de Nueva Inglaterra). Eggers es consecuente y parece fascinado -y nos logra trasladar esa fascinación- por ese ambiente rural de la américa pre-independencia del siglo XVII, repleto de supersticiones y con las acusaciones de brujería pendiendo como una espada de Damocles sobre gran parte de las mujeres.
Una familia vive en una cabaña al borde de un bosque. Ellos son William y Katherine (Ralph Ineson y Kate Dickie) y sus cinco hijos: la adolescente Thomasin (Anya Taylor-Joy), el niño Caleb (Harvey Scrimshaw), los mellizos Mercy y Jonas (Ellie Grainger y Lucas Dawson) y el recién nacido Samuel. Están exiliados luego de haber sido excomulgados de por la iglesia. Thomasin saca a pasear a Samuel, el bebé, y casi delante de sus ojos el bebé desaparece.
Sin mucha esperanza, William va a buscarlo al bosque. ¿Se lo llevó un lobo? No parece posible. Katherine sospecha de su hija y la paranoia empieza a envolver a esa familia en la locura. ¿Qué hay en ese bosque? ¿Dios los ha abandonado? ¿En donde -o en quién- acecha el Diablo?
Desde lo metafórico, es imposible no pensar en El exorcista y en la idea de que la pubertad en una adolescente pueda atraer a lucifer, o quizás que la posesión no es otra cosa que una metáfora de la entrada de una adolescente en la plenitud sexual. Pero Eggers, narrativa y estéticamente, va para otro lado. En primer lugar, privilegia el suspenso y el terror sustentado en climas y en lo desconocido. Ahí donde la película de William Friedkin era un festival de sangre y sacrilegio, La bruja es todo sutileza y drama.
El problema es que La bruja es una película de terror -un par de momentos de sobresaltos clásicos lo atestiguan- pero la mayor parte del tiempo lo dedica a construir un ambiente que en casi ningún momento se traduce en sustos o en miedo. Es como si quisiera ser una película de terror artie, como si desdeñara los trucos del género. No sorprende, entonces, que llegue precedida por un runrun festivalero. Y efectivamente es atrapante y encantadora (en el sentido de que produce encanto, embrujo), es peculiar y permanece en las retinas, tiene dos o tres imágenes que no se suelen ver en el tan trajinado cine de terror, pero en ese camino sacrifica efectividad.
Seguramente La bruja dividirá aguas. Estarán los que vean en ella una película de terror muy superior al promedio, y estarán los que la vean como una película que en su ambición por despegarse de lo usual, pierde la capacidad de asustar. En un punto, ambos están en lo cierto y voy más lejos: si ignoramos los dos o tres momentos más claramente de terror, queda un extraordinario y original drama siniestro y fantástico.