Donde viven las brujas
Algo malo va a suceder en esta familia y lo sabremos pronto. La bruja es, a priori, una interesante apuesta por el cine de género con la frescura de un director joven, pero no por eso poco profesional; el terror a fin de cuentas se ha convertido en un territorio apelmazado y muchas veces predecible según vengan las producciones de Oriente u Occidente.
No estamos frente a otra leyenda del folklore popular. El esqueleto de esta historia está más cerca de la estructura del policial que del cuento de terror, hay una desaparición al principio y los vericuetos posteriores no proponen grandes sobresaltos. Hay notables actuaciones; la fotografía sabe manejar los ánimos dentro y fuera de la pantalla; el vestuario es implacable -lo que más ayuda a la recreación de época-; y la música es aún mejor. El presupuesto es austero y certero (tres millones y medio de dólares).
Una familia de colonos exiliada (de Inglaterra, por motivos que nunca quedan muy claros) se aísla en las cercanías de un bosque donde se cree en la existencia de brujas. Hasta ahí parece otra historia de terror donde “x” ecosistema delimita el bien y el mal, lo conocido y lo desconocido, lo católico con lo pagano. Cito de memoria a Mirtha Legrand: “lo que no es puede llegar a ser”. ¿Y si realmente hay una bruja, cómo sería? Lejos de los lugares comunes y la parodiada madrastra de Blancanieves, de los hermanos Grimm, lo que aquí realmente importa no es verla o conocer sus poderes sobrenaturales, si no la mera confirmación de su existencia como prueba de una condena divina.
Las referencias bíblicas son muy sutiles y desde el nombre de los personajes comenzamos a saber un poco de su suerte: una niña se llama Mercy (Piedad), el incesto sobrevuela a una pareja de hermanos y uno de los menores termina vomitando una manzana podrida que terminamos creyendo que no es otra que la del pecado original. Thomasin (Anya Taylor-Joy) es la verdadera protagonista de la historia y padece de su juventud como si fuese una enfermedad, manteniendo durante el metraje un aura de misterio y desesperanza. Los menores la señalan y los mayores la acechan, escucha en secreto cómo piensan venderla a otra familia para conseguir los factores productivos que permitan sobrellevar una sequía. En un momento, también parece resecarse la historia original aunque el virtuosismo del director sabe pegar los volantazos justos en la trama que nos meten otra vez de lleno en algo que empezábamos a creer previsible o hasta aburrido.
Los mejores trabajos en la filmación los encontramos en el interior de una precaria casa que no tarda en parecer enorme ante la confusión de las situaciones y el ambiente sórdido. Las acusaciones cruzadas y la sugestión colectiva están bien predispuestas en el guión, que prepara la estocada final con titubeos y largos silencios. Las circunstancias que rodean la desaparición de un bebé en los primeros minutos parecen manejar una ingenuidad asombrosa pero es todo lo contrario con la tenacidad que se recrea una historia y una época. El peso específico del trabajo con material de archivo puede contemplarse a las claras al final, cuando lo pensamos en retrospectiva y nos olvidamos por un momento de la ficción.
El final de La bruja puede dar múltiples interpretaciones pero no se traiciona a sí misma utilizando efectos espectaculares y vuelve a prescindir del susto inesperado apostando hasta el último minuto por el terror psicológico. Esta tragedia puede decepcionar fácilmente a los fanáticos ortodoxos y asimismo atraer a nuevos públicos curiosos por ver otra clave de un género lleno de clichés o simplemente atraídos por una película que viene condecorada de Sundance.