Sobre La Bruja y el terror favorito de Sundance
La Bruja es probablemente la película de terror que más expectativas generó en lo que va del año. Premio a mejor director en Sundance, buen recibimiento de la critica en Estados Unidos y algún que otro rumor fueron preparando el terreno para que su llegada a nuestras salas estuviera llena de eso a lo que hoy en redes sociales y afines se conoce como hype. La Bruja no funciona por muchos motivos pero ninguno de ellos es la expectativa generada, que en este caso sólo es uno de los síntomas de una llamativa tendencia estilística.
La tendencia aplaudidora actual, en lo que al cine de terror refiere, pasa por el cine de distanciamiento, por ver el objeto, la cosa, sabiéndose fuera, sabiéndola un otra cosa justamente. El ritmo, la fotografía kubrickiana, el alejamiento emocional de los personajes y la constante necesidad de no mostrar son algunos de los rasgos más marcados de este tipo de films. No estoy desacreditándolos ni mucho menos, algunos funcionan muy bien dentro de ese formato en el que podríamos reunir cintas como Starry Eyes, Babadook, It Follows, We Are Still Here y We Are What We Are por ejemplo. Es un cine anempático y por eso mismo me resulta llamativo que haya encontrado su terreno dentro del terror, genero que necesita por su misma esencia, tocar al espectador emocionalmente. La Bruja es obviamente uno de estos films y por eso su gran recibimiento.
La Bruja es un film cuyo pictoricismo rodea, empaqueta y vende la vacuidad como material artístico.
Dentro de este grupo de películas las hay buenas y regulares pero lo que si resulta problemático es que estas, que se venden como la opción al otro 90% de cintas que colman las carteleras semana a semana, están sostenidas en las mismas premisas. Tanto este grupo de films como los otros le escapan constantemente al terror como sensación. Los otros cien estrenos de terror del año apuntan a la burla, a que el adolescente vaya a verlos con sus amigos y se ría de la minita que muere de forma estúpida, lo berreta de la máscara del asesino o la inoperancia del exorcista de turno. Estos, en cambio, hacen que el publico piense en la hermosa fotografía, en lo sofisticada que es la banda sonora y recursos similares pero nadie puede sentir miedo mirando La Bruja. ¿Que pasa con el terror entonces?. El que cree que el cine de terror está ahí para burlarse de él o sólo para analizarlo está equivocado. El terror es el genero que nos conecta con las zonas más profundas de nosotros mismos porque es el genero que nos pone en las situaciones más extremas en cuanto a decisiones se refiere. Es el arte que nos conecta indefectiblemente con la muerte como posibilidad, tanto nuestra como de nuestros seres queridos. Obviamente no lo hace de forma literal ni consciente pero por un tiempo determinado, cuando estamos a oscuras frente a una obra que nos absorbe de tal manera que olvidamos lo que está alrededor, esa proyección se hace efectiva y tenemos miedo.
La película pone en relieve algunas ideas que no termina de desarrollar, hay un clima incestuoso que parece sólo usarse como decorado, hay un ambiente paranoico que la misma película se encarga de desarmar llenando el relato de apariciones demoníacas que parecen no tener relación entre sí. Pero lo que más afecta al film es su falta de pasión en cuanto a las ideas que quiere comunicar.
Lo que falta es sangre, y no en pantalla, sino en las venas de esa cinta que parece estar más interesada en ser una inerte pieza de museo en lugar de buscar mantenerse cambiante (y por ende viva) en la cabeza de los espectadores. Al terror le falta riesgo, le falta Corman, Carpenter, Tobe Hooper, Romero, incluso Craven. Al terror le está faltando terror.