Todas las semanas tenemos en la cartelera alguna película de terror y es interesante notar que siempre tienen público, un público fiel, probablemente siempre los mismos espectadores. Cada tanto, alguna de estas películas rompe un poco la rutina: sucedió con la excelente El conjuro y ahora sucede con La bruja, recomendable -salvo que usted tema los sustos, claro- incluso para quienes desconfían del género. La película está situada a principios del siglo XVII cuando se organizaban las colonias de pioneros en los Estados Unidos, poco antes de los juicios de Salem y la quema de brujas. Una familia con un desacuerdo religioso es expulsada de una comunidad y se establece en los lindes de un bosque. La vida es providencial en parte, y en parte durísima. Más dura cuando la presencia ominosa, diabólica, empieza a mostrarse. Pero el film no opta por el efecto directo ni el susto a reglamento, sino por la construcción constante y pausada de lo sobrenatural, que se va combinando con las costumbres de los personajes. Es, al mismo tiempo, un reflejo histórico y un film de terror, narrado con una gran economía de recursos y donde el horror solo aparece cuando es estrictamente necesario. Muchas de sus secuencias son perturbadoras por el grado de extrañeza, de incongruencia con la experiencia cotidiana. Y el miedo crece, y el suspenso es constante. El final, catártico y terrible, es además de lo más bello y perturbador en lo que va del año.