No es bueno anunciar con bombos y platillos la llegada de una nueva película que promete “algo distinto” en el cine de género, porque inevitablemente después la orquesta no termina siendo tan virtuosa, y el sonido del cambio se convierte en ruido. Con menos metáforas sonoras: el “¿ésto era nomás?” se encuentra a la vuelta de la esquina y la jugada resulta así muy riesgosa. Buenas películas de nobles intenciones como The Babadook han corrido ésta suerte: resultaron buenas, nada más. Otras que irrumpieron pero un poco desde el silencio, como Te Sigue (It Follows), lograron más. El caso de The Witch es un extraño fenómeno que combina las cartacterísticas de ambas: por un lado, viene anunciada en festivales desde hace casi un año como “el mejor exponente de terror de los últimos tiempos”, y por el otro lo hace desde un presupuesto modesto, casi invisible, a escala reducida y nutriéndose apenas de excelentes actuaciones y climas. El resultado es, también, interesante: si bien es difícil imaginarla como un clásico ineludible del género para futuras generaciones, se ubica a la vez fácilmente entre lo mejor del cine de horror de los últimos años.
La Bruja no parte de sobresaltos ni escenas demasiado impresionantes, sino que lo hace desde una linealidad que mantiene a lo largo de toda la película y que crece hasta un impactante clímax. El relato se concentra en la historia de una familia viviendo en la Nueva Inglaterra del Siglo XVII, en donde la superstición religiosa está a la orden del día, y lo siniestro o trágico se resuelve con la etiqueta de “brujería”.
Tras ser expulsados de una parca comunidad, William y su familia se ven obligados a vivir en las afueras del bosque, donde la oscuridad reina y los animales adquieren dotes por demás tenebrosos. La rutina campestre se interrumpe a diario con malos augurios, que culmina en la desaparición del más reciente miembro de la familia: un bebé de apenas unos meses que se desvanece casi frente a los ojos de su hermana. Lo que sigue es una visión total del horror en uno de los pasajes más perturbadores de toda la película: una bruja dispone de la criatura para hacer de las suyas y deja caer así la desgracia sobre esta familia.
Robert Eggers dirige ésta, su primera película, con envidiable pulso y no acelera los tiempos ni pierde el equilibrio al interconectar drama con terror, haciendo uso de prolongados silencios y tiempos muertos que nunca aburren, sino que por el contrario potencian el suspenso. Puede que La Bruja no tenga el mismo impacto que otros grandes exponentes del terror independiente más reciente, pero sin duda se encuentra bien arriba en el podio de lo más interesante del género de terror contemporáneo.