Las mejores historias de sugestión, terror, susto, o como quieran llamarlas, parten de la solidez de una idea y luego de cómo ésta termina por transformarse en imágenes atractivas para la gran pantalla. “La Bruja” (USA, 2015), de Robert Eggers, es una de esas historias atrapantes, en las que es mucho más aquello que no se muestra lo que termina asustando, que lo que realmente se muestra
Hacia el 1600 una familia es acusada de brujería y blasfemia y, luego de ser desterrada del pueblo que habitaban en Nueva Inglaterra, terminan por afincarse a la vera de un bosque, sin saber que el destino terminaría por jugarles una mala pasada en ese paraíso al que acaban de llegar.
Thomasin (Anya Taylor-Joy) , la mayor de los cuatro hijos de un matrimonio religioso extremo, vive atormentada por las durísimas rutinas laborales a las que se ve expuesta diariamente. En su hacer la niña que aún es termina por velarse y quedar relegada a un segundo plano. Por ser la más grande de los niños, ella ve cómo su infancia quedó suspendida y cualquier atisbo de entretenimiento es prohibido directamente por su castradora madre.
Pero en medio de todas las prohibiciones, las supuestas, las sugeridas, las exigidas, un día mientras juega con su hermano menor, Samuel, un bebe de apenas meses, verá como su mundo cambie radicalmente, al éste desaparecer frente a sus ojos sin siquiera dejar rastro aparente.
Nosotros sabemos hacia dónde va ese pequeño ser, pero la familia no, y menos Thomasin, a quien se la comenzará a tildar de actividades no tradicionales por parte de dos de sus hermanos, y las sospechas sobre una posible brujería realizada por parte de ella, será la amenaza constante con la cual la joven deberá convivir sin siquiera poder comprobar su inocencia.
El sólido guión de Eggers hace que “La Bruja”, repose en ideas muchas veces vistas con anterioridad en la pantalla, las que trabajadas desde una cuidada interpretación (Taylor-Joy se come la película), reconstrucción de época, fotografía, banda sonora (Mark Korven) y una minuciosa puesta en escena , posibilitan un disfrute mayor, superando cualquier expectativa previa.
“La Bruja” consolida su propuesta a partir de un trabajo más que importante en ideas sobre la oscuridad (reforzada en cada una de sus tomas), lo prohibido, la pasión, la familia, y que, en el fondo, al contraponerse con la realidad que muestra de esa familia, que vive en un constante pesar a partir de extraños sucesos que los amenaza externa e internamente al grupo, son tan solo excusas para poder hablar del gran tema del filme que es la naturaleza humana.
Cuando Eggers reposa su cámara en el pecho de la joven Thomasin, mientras su hermano Caleb (Harvey Scrimshaw) espia el mismo con la misma ingenuidad de aquel que por primera vez experimenta con lo prohibido, lo hace para imponer una idea de imposibilidad de control que estará presente en todo el filme.
Los cuerpos recargados de vestimentas, en contraste con la idea de esa bruja que habita en el bosque, a quien sólo veremos, y no claramente, en un puñado de ocasiones, ese lugar prohibido, en el que el monstruo se maneja desnudo a su gusto, exigen que la religión, además de taparlos, les invoque un poder de autocontrol para poder dominar sus impulsos y pulsiones más profundas a pesar de saber que si se entregan a ellos serán condenados al infierno.
“La Bruja” es una lograda historia, que más allá que apuntar al terror basado en el efecto sorpresa, puede construir su propuesta de manera sugestiva más allá de cualquier presunción y tomando algunos de los recursos más interesantes del género, pero, principalmente, puede volver sobre éstos y resignificarlos con su aparente tradicionalismo y digresión narrativa que terminan por potenciar su historia.