La peste bizarra
Basta entrar a una página de visualización, al cable o ver la variedad de oferta del mantero del barrio, para deducir que sólo un tercio de los films expuestos se estrenan en cine. No es el caso del género de terror, cuyo amplio espectro de exponentes en inglés llegan a las salas en un 90%.
La distribuidora SBP, surgida del “directo al dvd” se ha subido en tiempos de dcp (formato digital de exhibición) a la extensa grilla de estrenos comerciales del género. En esta oportunidad llega La cabaña del miedo (Cabin Fever, 2015), remake de la dirigida por Eli Roth en 2002 (que además participa del guión y la producción) perteneciente al terror de explotación, cualidad otorgada a aquellas películas que brillan por sus excesos.
La historia nos trae nuevamente a un grupo de amigos que van a pasar un fin de semana a una cabaña junto al lago. En la oscuridad de la noche, con la cercanía del bosque, otra vez algo pasa y empiezan a morir uno a uno. La maldición está asociada aquí a una extraña enfermedad parecida a la lepra que pudre de a poco los cuerpos –y el alma- de los habitantes del lugar. ¿Aparece la solidaridad entre ellos? Nada más lejos, el miedo a contagiarse los convierte en egoístas absolutos -¿o ya lo eran?- de las circunstancias.
Pero vamos a lo morboso ¿cuáles son los excesos? La peste es una excusa genial para desparramar cuerpos mutilados, quemados, desmembrados por doquier. Escupitajos de sangre y varias escenas que rozan lo ridículo: los amigos que al saber que van a morir deciden tener sexo (¿?), el gordo que disfruta extasiado ir a cazar “enfermos”, o el chico que parte la guitarra en la cabeza de su compañera por error; son algunas de las exuberancias de este tipo de películas que devienen en involuntarios momentos de humor.
Es indudable el conocimiento del género del productor de El payaso del mal (Clown, 2014) y Piraña 3D (2010) al unísono por explorar los efectismos que superan límites en un tipo de terror condenadamente bizarro. A eso hay que atenerse al entrar a ver La cabaña del miedo, sin pretender ver una historia realista sino más bien una bien sensacionalista. ¿Es entonces un buen producto del género? No, porque el director Travis Z no siempre acierta en el tono de esta remake (algunas veces demasiado serio, otras provocando sonrisas involuntarias), siendo despareja en el resultado final. Una pena, porque el desparpajo presentado en escena queda grabado en la retina del espectador.