UNA FIESTA EN MEDIO DE LA NADA
A veces es hora de parar un poco. De desconectarse y simplemente dedicarse a festejar. Y que mejor manera de descansar que retirarse a una cabaña en medio del bosque: es allí, en esta especie de oasis, donde el director Drew Goddard y el co-guionista Joss Whedon, se ponen cómodos, se echan en reposeras al sol y se dedican a compartir su amor por el cine de terror. Su película, LA CABAÑA DEL TERROR (THE CABIN IN THE WOODS, 2012), funciona a modo de homenaje descomunal y festivo, como una apiladora autoconsciente de clichés y estereotipos que asusta y hace reír al mismo tiempo. Y así como THE EXPENDABLES emocionó a los fans de la acción, los seguidores del horror (y todos sus sub-géneros) estarán más que contentos con este film original y disparatado en el que nada es lo que parece. Con más sustos al comienzo que sobre el final, la trama no deja de mutar: es en el último tercio, que avanza a pura intensidad, donde todo se descontrola de forma bizarra y delirante.
Lamentablemente, este es uno de esos casos en que no se puede analizar demasiado el film sin arruinar sorpresas de la trama. Sólo diremos aquí que el punto de partida es todo un lugar común: cinco amigos parten rumbo a una alejada cabaña y, tras el esperable encuentro con el lugareño tétrico, finalmente llegan al lugar elegido para distenderse y pasarla bien (o sea: tomar, fumar marihuana, ponerla, etc.). Una vez allí, como es de esperarse, despertarán sin querer una fuerza sobrenatural que empezará a acecharlos. Mientras tanto, se nos irá mostrando en paralelo la historia de lo que parecen ser dos técnicos u oficinistas que están trabajando en algo que no se entiende muy bien al comienzo. De a poco las piezas irán encajando y lo que en un principio parecía más de lo mismo se revela como algo totalmente inesperado.
Siempre canchera, siempre pícara, LA CABAÑA DEL TERROR arranca inquietando para después, en total complicidad con el espectador, otorgarle un sentido a todos los lugares comunes del género. Whedon y Goddard ofician a modo de anfitriones en una celebración que busca, más que nada, satisfacer a los fans del horror, en una clara referencia al gigantesco misterio que se oculta detrás de todo lo que sucede en el film. Y es saludable que, en tiempos de sequía para el terror, al menos haya espacio para aplaudir, recordar, emocionarse y gritar con todas esas películas que nos obligaron a dejar la luz prendida en los últimos años. Una fiesta en medio de la nada, digamos.