Deconstruyendo el horror.
A pesar de resistir desde hace décadas en el cine comercial, el terror a menudo parece muerto. Es que, debido a la rareza del éxito y por el espacio cerrado para trabajar, las fórmulas se suelen repetir una y otra vez, hasta un punto que pasa el cansancio. Los clichés se usan tanto que llegan a volverse conocidos para los fanáticos del género, quienes empiezan a ver los films de forma más monótona (el gran motivador de frases como "¿Por qué subís por las escaleras cuando te
persigue un asesino?" o "Tuvieron sexo, es decir que están muertos") o, por el contrario, de manera más confiada. Sabiendo todo esto, La Cabaña del Terror (The Cabin in the Woods, 2012) aprovecha la situación actual de terror para entregar una obra intrigante e impredecible que invita a temer, reir e incluso reflexionar.
Digan si no conocen esta historia: cinco amigos distintos (un atleta medio pasado, una rubia libidinosa, un fanático de los libros, un fumado sin neuronas y una chica dulce y amable) van a pasar un fin de semana "lejos de la civilización", plagado de fiesta, drogas y sexo. Pero cuando llegan al destino (la cabaña del título), se encuentran con un letal y oscuro secreto, que los eliminará uno por uno.
Pero lo que en primera instancia parece predecible se vuelve una de las muchas sorpresas preparadas por el director debutante Drew Goddard y del ahora megapopular productor y co-escritor Joss Whedon (quienes trabajaron juntos en las series Buffy, la Cazavampiros y Angel), cuando esta premisa da lugar a un misterioso cuarto de control, manejado por los personajes de los geniales Bradley Whitford y Richard Jenkins, quienes van a asegurarse de que las muertes de los jóvenes salgan paso a paso como suelen esperarse.
Y es en estas interacciones, entre la historia dentro de la cabaña del título (que pretende seguir las convenciones de la trama popularizada por la saga de The Evil Dead) y los problemas en las oficinas del centro de monitoreo (que emula cierto aire a The Truman Show), en las que esta producción cobra vida, y logra hacer una verdadera subvención de los films dedicados al susto. Esa tarea no es nada fácil: incluso Scream, el film más mencionado por notar las fallas comunes del género, caía en el error de seguir transitando por el camino previamente criticado.
Pero La cabaña... usa de forma fresca las acciones de los "titiriteros" en control y los intentos de las jóvenes víctimas de
escapar del destino de horror como una plataforma para tocar y reirse de los estereotipos (la rubia tarada, el anciano profeta) y lugares comunes (los errores estupidos y el crecimiento de hormonas de los protagonistas), y luego se libera aún más para unir a todo el espectro de terror, en un alocado y sangriento recorrido que pasa a referenciar desde las antiguas obras de H.P. Lovecraft hasta el tan infame como popular subgénero del torture porn.
Y entre tanto desparrame de guiños y de hemoglobina, Goddard y Whedon usan a Jenkins y Whitford (claros avatares de los fanáticos del género) para dar espacio a pensar: ¿Sigue valiendo la pena invertir tiempo en propuestas que, en su mayoría, son tan vacías, manipuladas y predecibles que podemos saber todo lo que viene? ¿O debemos dejar vivir estos intentos? Este dilema, que sabiamente fue dejado enterrado de forma indecisa por los responsables del film, fomentará la
discusión apasionada afuera de la sala de cine. Mientras tanto, La cabaña del terror es el raro remedio a tanta monotonía en el terror hollywoodense, que merece ser tomado por todos los espectadores, incluso aquellos que creen saberlo todo; para todos, será un laberinto difícil de escapar.