Sonria... lo estamos sacrificando
Bienvenido un comienzo de año tras las profecías apocalípticas del fin del mundo donde una película de terror en apariencia totalmente descartable abra el espacio a la reflexión apelando a un mix de recursos e ideas recicladas que dan como resultado la rareza en que se termina convirtiendo La Cabaña del Terror.
Mostrar estereotipos y convenciones con el fin manifiesto de deconstruir es el principal objetivo que persigue esta película que tiene entre su guionista estrella a Joss Whedon y también a Drew Goddard, quien además se encarga de la dirección.
Durante los primeros 15 minutos asistimos a la presentación básica de un grupo de adolescentes bellos, dispuestos a pasar un buen rato en una cabaña, alejados de la rutina y preparados para la fiesta y el reviente. No falta el par de féminas sexis, rubia y pelirroja con poco cerebro, el amigo drogón y divertido y el afroamericano nerd que de todas maneras se puede sumar al grupo sin problemas.
Pero ni bien traspasamos esa barrera del convencionalismo más estructurado, se empieza a notar un ligero cambio de rumbo en la historia cuando aparece en escena una suerte de grupo encargado de informar que las víctimas ya partieron y que todo está en orden.
La partida en cuestión tiene por destino una cabaña en un pueblo poco amistoso y ese es el escenario que en realidad forma parte de la puesta en escena de una suerte de reality que prepara para cada uno de los participantes involuntarios una serie de torturas seguidas de muerte y perpetradas por diversos monstruos elegidos no por azar y desde un control que monitorea y ejecuta cada acto y capítulo de este macabro espectáculo del morbo, el cual no ahorra en truculencia, sangre, tripas y humor cínico y corrosivo, bajo un pleno uso de su autoconciencia.
Sin adelantar mucho más de una trama que parte de la idea de la meta narración; del singular desglose de lugares comunes que dialogan intertextualmente desde el relato con diversos estilos del terror y sorprende por los recovecos en los que decide transitar, no es exagerado rescatar una rareza tan bien pensada desde el género o los subgéneros que la atraviesan.
La muestra de que cuando detrás de un guión existen ideas y riesgo para ponerlas a trabajar y que de ese conjunto se disparan capas narrativas que permiten lecturas distintas sobre un mismo hecho o situación queda reflejada en este film, que por un lado desmitifica que el cine de terror no pueda ser reflexivo o profundo sin dejar de contentar a aquellos espectadores sedientos de gritos histéricos, hemoglobina a borbotones o torturas estilizadas, las cuales muchas veces hacen de la experiencia del dolor ajeno algo tan irreal que se pierde la verdadera dimensión de la emoción.
La Cabaña del Terror tampoco escapa a su faceta lúdica y entretenida, completamente empapada por una cinefilia no academicista y mucho menos arrogante sino en sintonía con algunos iconos de un terror que ya prácticamente no existe y que buscaba salpicar de cierta forma la conciencia del espectador cuando la sangre y el dolor le llegaban a los ojos y desde los ojos a la cabeza.