Con una historia fuerte, el realizador Stuart Hazeldine intenta que el público reflexiones sobre el cristianismo. El resultado termina siendo una propaganda religiosa.
Mack Phillips (Sam Worthington) tiene una vida tranquila y feliz: está casado y es padre de tres hijos. Pero todo se desmorona en un segundo cuando su pequeña hija desaparece, y los indicios apuntan a que fue brutalmente asesinada. Desde ese momento, los cuestionamientos sobre la fe se acentúan. Y se hacen tangibles cuando Mack recibe una carta de Dios (Octavia Spencer), quien lo invita a reunirse en la cabaña en la que su hija falleció.
La idea de La cabaña (The Shack, 2017) podría considerarse original. Porque la trágica situación que plantea no puede entenderse, ni siquiera a través del tamiz religioso. Lo que intenta superar esta familia es demasiado doloroso y las preguntas sobre la existencia de Dios en esos casos suelen aparecer. Sin embargo, la forma en la que la película lo desarrolla es la que no permite que se consolide de forma eficiente.
Todo lo que al comienzo puede generar interés se desmorona cuando el protagonista comienza a pasar tiempo con Dios y sus “colaboradores”. Si bien esos acontecimientos pueden llegar a tener sentidos si se los analiza aislados, la sucesión de ellos sólo provoca que la historia sea lenta y poco atrapante. Lo que da como resultado un propaganda de autoayuda, basada en la creencia absoluta de Dios.
Las actuaciones son creíbles y correctas, pero están desaprovechadas en un argumento que no convence a pesar de las buenas intenciones.
La cabaña dejará en el espectador más angustia que esperanza. Una sensación contraria a la que profesa.