Adiestramiento religioso y golpe bajo
Basada en el best-seller del escritor canadiense William Paul Young, La cabaña (The Shack) es una metáfora cristiana de mal gusto que roza lo bizarro. Una historia cargada de golpes bajos y diálogos torpes cuya única finalidad es bajar línea religiosa al espectador como si en vez de una película se tratara de una secta.
Hace más de 100 años el filósofo alemán Frederich Nietzsche declaraba que Dios había muerto. Parece que Stuart Hazeldine (Exam, 2009), el director de La cabaña (The Shack, 2017), no leyó al teutón. La cabaña es una intención de convertir al espectador en creyente. Con diálogos vacíos, hallables en cualquier libro de autoayuda, la película cuenta la historia de Mack Phillips (Sam Worthington) un padre de familia tipo con tres hijos divinos, auto, casa y perro. El combo capitalista se completa con su amada y fiel esposa Nan (la inexpresiva Radha Mitchell).
El problema comienza cuando Mack se va de camping con sus hijos y Missy, la menor, desaparece. Hasta ahí lo que podría ser el comienzo de una historia de suspenso interesante, se va diluyendo en una espesa nube de religiosidad, disparada por un golpe bajo contado de manera muy torpe y nada original. El sufrimiento del protagonista principal no solo es poco creíble sino que parece sacado de una película Clase B, junto con todo el argumento de lo que precede. Luego de pasar un tiempo alcoholizado y con una barba de dos días, Mack afronta una búsqueda espiritual cuando le llega una carta firmada por el mismísimo Dios. ‘El Barba’ lo convoca en una cabaña en medio del bosque. El disparador es original pero está tratado con tan poca gracia que no conseguiría conmover ni a un niño de tres años. Los diálogos, orientados todos en el adoctrinamiento del espectador, conviven entre las preguntas básicas y respuestas vacías.
El personaje de Dios Padre o ‘Papa’, como le dicen en la película, interpretado por #Persona,3057] recuerda al de La Pitonisa de Matrix (1999), pero sin calidad argumental se desarma. Resulta irritante el tono amistoso con el que convocan los personajes de Jesús (el turco Avraham Aviv Alush) y Sarayu (la japonesa Sumire Matsubara) cuando intervienen en cualquier diálogo con el protagonista principal. La cabaña parece destinada a un público cristiano que considera a la Santísima Trinidad como una posibilidad real de salvación eterna. Entre tanta inestabilidad narrativa y sectarismo, logra destacar en pocas intervenciones el papel de Tim McGraw (The Blind Side, 2009) como el mejor amigo de Mack. McGraw, que también es una megaestrella de la música country estadounidense, también se encargó de la banda de sonido que tal vez sea lo más rescatable, si algo se puede salvar de la imposición moralista del director.
Una ficción mal contada no tiene posibilidades de conmover a nadie. No hay mucho para decir de una película que se obliga a hacerlo por decreto y vende el dolor como si fuese un combo de fast-food. El espectador debe llorar y debe salir creyendo en ese Dios Todopoderoso que en palabras de Nietzsche, ya murió hace mucho tiempo.