La Santísima trinidad
Hay películas malas, hay películas que son tan malas que asombran. Pero también hay películas que no son otra cosa más que el vehículo para un film de propaganda religiosa. Para quienes no formen parte de ese fervor religioso, un film como La cabaña es simplemente una película imposible. Imposible de tolerar, con alegorías de grueso calibre y golpes bajos que asombrarían al más vulgar de los guionistas televisivos. Como ya fue dicho, este film de inspiración cristiana tiene un público concreto al que va destinado y para el cual fue producido. No es esto algo malo ni mucho menos, simplemente es el resultado lo que inquieta. Los católicos acusan al film de ser demasiado evangélico, al menos eso se lee en algunos comentarios. Un film malo es malo más allá de su mirada del mundo. La tragedia que atraviesa el protagonista, la desaparición de su hija más pequeña y la sospecha de que ha sido brutalmente asesinada, es el comienzo del relato. Años más tarde, aun con su vida destrozada, él recibe una carta para ir a la cabaña del título del film. Allí se encuentra con Dios, o más exactamente con la santísima trinidad. De ese encuentro saldrán las reflexiones más importantes de la película. Para decirlo de forma simple y abreviada: nada de lo que pasa allí tiene la altura o la sutileza como para que valga la pena sumergirse en un film de esta clase. La religión no es enemiga del buen cine, quien diga lo contrario está equivocado. Pero no hay manera de que sea la religión el argumento para defender un bochorno de estas características.