Un suceso muy particular espabila a un pueblito de su letargo gourmet y genera una versión muy europea (siempre de moda) de la vieja y querida turba iracunda intentando aplicar justicia. El disparador -ó el disparado, ojo- es un profesor acusado de manosear niñas de cachetitos sonrosados.
Jagten nos incomodó más por el manejo de sus intérpretes que por su tema en cuestión (el cual contiene el peso propio suficiente para incomodar, aunque cada vez menos). Todos los involucrados en la trama ofrecen actuaciones consagratorias, incluído el perro del protagonista. Lucas (Mads Mikkelsen) es profesor de educación inicial en un hermosísimo jardín de infantes danés. Las postales del kindergarten son preciosas y -si uno fuera padre- no duraría ni un segundo en elegir un establecimiento similar para su niño ó niña: Interiores de madera, calefacción central, juegos de avanzada, espacios para expresión artística, espacios para recreación y tonificación física, etc. Un chiche. Tal vez se nos tuerza un poco el gesto al observar a Lucas revolcándose en el heno con niños de siete años, pero bueno, estamos en Europa, está todo bien, allí todo es de avanzada y no nos podemos permitir otra cosa que rendir pleitesía y devoción a todo lo europeo, sin objetar nada. Debe ser normal y debe estar bien que un cuarentón solitario, fachero y de mirada torva juegue a la lucha grecorromana con niños y niñas de preescolar.
Pero nena: Tu risa es la magia de los rocanroles.
Entonces, cuando ese pueblito danés está por convertirse en el puto pueblito de tus sueños, una muñequita increíble que no supera los siete u ocho años asegura (terapia mediante) que Lucas le hizo algo feo. La escuela (institución) se inquieta, pide cautela, guarda silencio ante las exclamaciones de la niña. Lucas aún no sabe nada y continúa ejerciendo la docencia y estableciendo contacto físico con sus alumnitos. Cuando la niña empieza a soltar detalles, la condena social hacia Lucas se hace tan latente que sacarlo a patadas del establecimiento educativo es lo más suavecito que ocurre. Hay agravantes: La niña es la hija del mejor amigo de Lucas, interpretado por ese soberbio comodín de Vinterberg llamado Thomas Bo Larsen, quizá el mayor exponente de vitalidad en ese exceso de ídem que fue Festen.
Lucas asegura ser inocente. La niña también. El pueblo, más que balancearse, se inclina violentamente abrazando la causa de uno de los involucrados. El otro recorrerá el metraje tornándose un paria absoluto, o sea un paria en Dinamarca, o sea un señor que ya no recibe visitas y vive tranquilo en una casa hermosa paladeando ahumados de ciervo hasta que la paz se rompe a causa de algún piedrazo agresivo ó (quizá) algo peor.
La situación ha sido retratada de modo muy delicado y sutil en su superficie, conduciéndonos a una obvia -pero no por eso menos disfrutable- tensión progresiva a medida que buceamos en los sucesos y relaciones que entrelazan a los personajes, sus familias y su comunidad. Vinterberg logra un film tenso en lo narrativo, inobjetable en lo técnico y definitivamente demoledor en lo interpretativo. Tenso, inobjetable y demoledor, como Lucas aguantando los trapos en la iglesia ante la mirada de un centenar de vecinos que lo acusan de adicto al coito anal con menores de edad.