"Problemas de niños, juegos de grandes"
¿Quién nunca se vio involucrado en la mentira, siempre plagada de inocencia, de un niño que ve todo lo que lo rodea como un campo de juegos y a todos aquellos que están cerca como meros objetos para entretenerse?
Nadie puede decir que nunca vivió una experiencia de ese estilo, donde incluso uno termina siendo cómplice consciente del divague necesario que lleva a un niño a imaginar situaciones irreales con el simple hecho de entretenerse contando una historia que nunca sucedió, o que quizás en realidad, nunca sucedió de tal forma como lo relata.
“La cacería” de Thomas Vinterberg (amigo de Lars Von Trier y director de pequeñas joyitas como “Todo es por amor” y “Dear Wendy”) es todo lo humanamente posible perfecta en su intento de reflejar los devastadores efectos en el mundo de los adultos que puede alcanzar un simple juego de niños.
Lucas (interpretado por un tremendo Mads Mikkelsen) es un hombre recién divorciado que todavía no puede salir de esa difícil situación debido a las peleas con su ex pareja por la tenencia de su único hijo (Lasse Folgelstrøm).
Cuando su vida parece encontrar nuevamente rumbo en ese pequeño pueblito dinamarqués donde todos lo conocen, y donde trabaja desde hace un tiempo en una guardería de niños, surge una terrible acusación de abuso sexual contra uno de los hijos de su mejor amigo lo que amenaza con cambiar su vida para siempre.
Un ritmo muy moderado en el modo de contar las cosas, una cámara precisa que pone el lente en los efectos de lo que sucede y no en las razones que lo desatan y un grupo de actuaciones solidas convierten a “La caceria” en un thriller muy chiquito que a medida que avanza se transforma en un drama muy grande.
El modo en el que Vinterberg plantea un par de situaciones al inicio del film es tan delicado e inocente (porque hay niños de por medio, claramente) que uno como espectador jamás se anticipa a los increíbles ribetes que alcanzará la historia durante su desarrollo gracias a la introducción de los personajes adultos.
Y en ese sentido es donde radica toda la riqueza que tiene para ofrecer “La cacería”, ya que su base es una interesante propuesta de reflexión sobre como los ojos de los mayores pueden ver sombra y maldad en los terrenos luminosos e inocentes en los que se mueven los niños.
Sin embargo esto no significa bajo ningún punto de vista que dentro de un mundo como el nuestro todos las personas se encuentren a salvo de caer en las garras, no solo de situaciones extremas como la de un abuso, sino también de la desinformación, el prejuicio, la discriminación y la violencia injustificada y desmedida en manos de otros.
Una fotografía fría y oscura (a cargo de Charlotte Bruus Christensen), una banda sonora triste, desoladora y casi ausente durante gran parte del relato (compuesta por Charlotte Bruus Christensen) y un guión que nos invita constantemente a trazar alegorías terminan haciendo de “La cacería” una película de visión obligada y posterior debate y reflexión.
Para destacar esa hermosa y amarga escena final que refleja de gran forma que a veces estamos al filo del peligro en situaciones que consideramos placenteras y cotidianas de nuestras vidas y, por más que sepamos que ese factor amenazante es cercano y conocido, sabremos que su éxito se basa en tratar de ser irreconocible y estar siempre presente.
El peligro, siempre, nos termina acechando a todos.